domingo, 31 de marzo de 2013

Corea: cuando la amenaza atómica deja de ser eficiente

POR MARCELO CANTELMI – Clarin

El riesgo de una guerra nuclear inminente mantuvo los delicados equilibrios sobre los que se sostuvo la Guerra Fría y sus secuelas más recientes. Pero China puede cambiar ese juego.

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30/03/13 – Clarin

La palabra guerra con el inquietante añadido “nuclear” es una granada a la que la extravagante dictadura norcoreana insiste en quitarle la espoleta. Este último viernes, los alistamientos para regar con misiles a EE.UU. fueron constantes y de gran tamaño en esa pequeña comarca feudal comunista que acaba de suspender el frágil alto el fuego con Corea del Sur que regía desde 1953. Con emoción espartana, multitudes fueron concentradas en la capital Pyongyang para alabar al régimen que lidera Kim Jong-un, nieto de 30 años del fundador de ese extraño invento nacional que, como en un principado, en 2011 heredó honores y poder tras la muerte de su padre. Poco antes de esas marchas patrioteras, dos bombarderos norteamericanos B-2 invisibles con base en Missouri, lanzaron proyectiles en una isla desierta sudcoreana. Aunque sin carga explosiva, la ausencia de precedentes convirtió a ese ataque ficticio en una grave advertencia. Kim lo repudió como un ultimátum. El cuadro así quedaba completado para hacer inevitable el desastre.

Pero no habría que apresurarse. El régimen norcoreano, ahora con una precaria estructura nuclear, ha venido utilizando por años su poderío y peligro social como una herramienta extorsiva, a cambio de energía y alimentos tanto de sus primos del Sur como del resto de Occidente y del maltratado aliado chino. La mecánica se ha repetido con el arranque de cada uno de los últimos cinco gobiernos en el próspero sur de la península. Hace poco, justamente, se inauguró en Seúl el de la derechista Park Geun-Hye, hija de uno de los más duros dictadores de la historia de su país y una sólida aliada de Washington y Tokio, combinación perfecta para justificar la actual patoteada.

La cuestión grave de esa militancia suicida es el riesgo de que se cruce un límite y suceda más de lo que se buscaba. En 1999, 2002, 2009 y 2010 hubo choques que incluyeron el hundimiento de una torpedera comunista con el saldo de 30 muertos. En 2010 fueron 46 los marinos muertos pero surcoreanos cuando el norte le acertó con un torpedo a una corbeta militar.

El carácter imprevisible del régimen y su paradoja de estricto aislamiento y enorme cercanía con sus vecinos, se sostiene en un aparato militar descomunal para el tamaño del país. Su ejército es el quinto en tamaño del planeta, con más de un millón y medio de efectivos y otros cuatro millones en la reserva. Frente al Paralelo 38 que divide a la península, hay once mil misileras con capacidad para alcanzar todo el sur y Japón. “Podrían disparar 500.000 tandas de artillería sobre Seúl antes de finalizar la primera hora de un eventual conflicto”, escribieron los analistas Víctor Cha y David Kang en Foreign Policy. Ese poder de súbita y espectacular capacidad de daño, convenció en su momento a George W. Bush, que había incluido al país en su malhadado eje del mal, a retroceder y entregar solícito la ayuda requerida. Ni Irak ni Afganistán presentaban semejante desafío.

Para agregar más confusión, y una dósis pura de realismo, Corea del Norte obtuvo su tecnología nuclear y la misilística de un aliado sinuoso de EE.UU., otro imprevisible jugador asiático, Pakistán. El trasiego de esa tecnología es precario y mínimo pero fue tan exitoso que Pyongyang hizo tres pruebas desde 2009, la última el 11 de febrero pasado. Ese test desnudó la falsedad de la promesa del régimen de desarmar su arsenal nuclear, y fue el inicio del actual infierno, porque la reacción global fue un conjunto de sanciones que acompañó China, el aliado al cual Pyongyang jamás alertó sobre cada uno de esos experimentos.

Hay ahí un punto importante que no debería ser descuidado. Por momentos Corea del Norte parece jugar premeditadamente en la trastienda de los principales rivales occidentales del Beijing. Pero es una maniobra que huele como un despojo rancio de la Guerra Fría. Lo que busca es expandir su amenaza existencial dando a entender que la ausencia de una asistencia privilegiada acabará por lanzar millones de desesperados sobre las fronteras de Corea del Sur. La reunificación al estilo de la Alemania de Helmuth Kohl, nunca fue incluida en el arenero debido a que Seúl, pese a su riqueza, sufriría un estrago económico inmensurable. Pero, también, porque a Beijing no le interesaba perder a manos de sus rivales a un aliado estratégico, difícil de manejar pero furiosamente antioccidental.

La actual crisis mundial produjo cambios que quizá Kim y sus seguidores deberían observar con un poco más de atención. Cada feroz embestida de Pyongyang le ha servido a EE.UU. como pretexto para reforzar su fuerza de ataque y disuasión. Elevó de 14 a 30 los interceptores en Alaska y California y colocó una nueva estación de radar militar en Japón. El desarrollo de sistemas antimisilísticos norteamericanos en Asia y en Europa preocupa a Beijing y a su aliado ruso. Al revés de lo que se cree, también para Washington el crecimiento chino es inevitable. Pero la estrategia de la Casa Blanca es intentar incidir en el destino de ese desarrollo. La ex canciller Hillary Clinton llegó a advertir al liderazgo del gigante asiático que EE.UU. considera parte de su espacio estratégico el mar de la China, al que Beijing asume como un “mare nostrum”. Y lo hace ignorando los derechos sobre islas y suelo marítimo de todos sus vecinos, Vietnam, Japón, Malasia o Indonesia, muchos de los cuales comienzan a armarse para lo que pueda suceder.

Ese escenario de confrontación inminente sostuvo el vínculo sino-norcoreano. Pero es ahí donde hay un deslizamiento a partir del cambio de etapa de China, cuya responsabilidad como segunda economía global camino a ser la primera, varió a un nivel más universal modificando prioridades e intereses. Hace apenas días, en el Financial Times, Deng Yuwen, alto funcionario del PC chino, proclamó que su país debería abandonar a Norcorea. Sin miramientos, sostuvo que se debería facilitar la unificación con Corea del Sur, lo que exterminaría al régimen del norte pero “vaciaría la alianza entre Seúl, Washington y Tokio”, escribió. Es mucho más lo que ganaría así que continuar impidiendo a la historia disponer de la destemplada y vetusta dinastía de Pyongyang.

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