domingo, 29 de noviembre de 2015

Bondi nuestro de cada día

Clarín 26 Oct 2015

Irene Hartmann ihartmann@clarin.com

Liniers-Correo Central. Como todo colectivo, fue trompudo y hoy luce su globalizada pechera chata. Es rojo, rojo con vivos amarillos y verdes. De lejos lo ves venir con su encendido letrero: “109”. Lo que sí, oscilan dos estirpes de chofer. El buena onda con gesto de buendía (mis saludos al de rulos con crema de peinar) y el amargo serrano que le cobra boleto adulto a la nena a upa, no importa su guardapolvo cuadrillé de jardín público. Debe razonar que no pinta tener 2 años, como para viajar de arriba, ni tampoco 5, para acceder al boleto escolar de 5 centavos.

Pero son buenos tipos los del 109. Reyes de la tercera edad por arrimarse al cordón y justicieros en defensa de la embarazada argentina, en la caótica repartija de asientos reservados.

Pasión de pasajeros a los que el meollo de la adolescencia se les disecó en La Paternal fue un emblemático chofer, tan obse como alegre, que cantaba todas las paradas. Si tu destino era dar un parcial en el radio Medicina-Marce- lo T., olvidate de repasar los apuntes. Como si el mundo se dirimiera en las intersecciones, clamaba: “San Marrrtín y Donato Alvarezzz”, “Gassscón y Córrrdoba”.

No son tan gratos otros instantes a bordo del tragi-lento ramal “x hospital de niños” al ritmo de “pisando huevos”, cuando habías rezado al Olimpo que viniera uno “x Córdoba”, flechazo ausente en la nocturnidad porteña.

Y nada como el rito iniciático del bondi pasadas las 23. Chicos tatuados en la previa, algún paracaidista mayor, música y, adentro, la característica luminaria violeta. En verdad, ultravioleta. El 109 versión bolichera.

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