POR MARCELO A. MORENO – Clarin
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17/04/13
Todos sabíamos que no eran trigo limpio y que tenían una notable debilidad por los negocios sucios. Los millones itinerantes por el mundo de Santa Cruz, la valija de Antonini Wilson, los dos millones de dólares que de un día para otro compró Kirchner, el prodigioso enriquecimiento de los funcionariosencabezados por el entonces matrimonio presidencial -que sólo al juez Oyarbide le pareció rápidamente legítimo-, los asesinatos de Forza y sus amigos y la mafia de los medicamentos, el bolso lleno de dólares en el baño de la ministra Miceli, los gratos viajes de Jaime, las inmejorables facilidades con que cuenta la minera Barrick Gold en San Juan, los desfalcos en la construcción de viviendas para personas carenciadas del cual los únicos responsables parecen ser para el juez -¡otra vez Oyarbide!- los Schoklender, en fin, las extrañísimas maniobras del vicepresidente de la Nación con la empresa Ciccone, nos daban indicios mucho más que vehementes que no nos gobernaba una corporación integrada por carmelitas descalzas.
A todas estas evidencias se suma el argumento usual de los amigos kirchneristas cuando les indicamos lo que es más que obvio: “¡Pero viejo, corrupción hay en todo el mundo!” Pero la bomba periodística que hizo detonar Lanata el domingo por TV -además de evidenciar lo mucho que sirve el periodismo a la sociedad cuando es ejercido con rigor y seriedad- lo que hizo fue mostrarnos por boca misma de implicados en negocios sucios fragmentos de una trama tan infame como criminal, que logró sacar del país 55 millones de euros en apenas seis meses. Lo principal que quedó bien claro es que Fariña, Rossi y Elaskar eran simples comparsas en las maniobras ilegales: el jefe era Lázaro Báez, que reportaba a su amigo y protector de siempre, Néstor Kirchner.
No se sabe si el ritmo de esta gigantesca fuga de capitales era éste, si por momentos menguaba o se aceleraba; tampoco, el origen del dinero que, seguro, no provenía del sudor de ninguna frente.
Lo que se entiende muy claramente después del informe Lanata es el por qué la guerra de este gobierno contra la libertad de expresión. Y, también, el apuro fervoroso por reformar la Justicia y arrodillarla a su servicio.
Pero ante tanta evidencia, ya está en marcha la operación para silenciarla. Ayer habló la Presidenta y no dijo ni pío sobre el asunto. Y los medios oficialistas, que son abrumadora mayoría, se centraron enel costado farandulesco de la cuestión. La culpa, finalmente, la terminarán teniendo Karina Jelinek o Iliana Calabró. O acaso Ricardo Fort, que tiene plata y está a mano.
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