domingo, 10 de febrero de 2013

Todos los días, un enemigo nuevo

POR PABLO CAPANNA FILOSOFO

09/02/13-Clarin

El deterioro de la convivencia argentina ha dado un paso más .

En pocas horas hemos sabido del abucheo a Boudou, el acoso a Kicillof y la discriminación a Nelson Castro, sumados a las torpezas de Bonafini con la Corte y las groserías de Del Sel hacia la Presidenta.

Como era de esperar, nadie justificó estas conductas, pero es costumbre que quienes condenen unas se olviden de las otras.

Este es el clima de intolerancia que supimos conseguir, por obra de profesionales hábiles en crear divisiones y hurgar en viejas cicatrices.

Por cierto, nadie tiene derecho a humillar a un padre delante de sus hijos pequeños. Tampoco es lícito denigrar un poder del Estado o entregar al escarnio público a los periodistas que no nos gustan. En cambio, un político que habla ante un público amplio se expone a ser aplaudido o silbado, y eso forma parte de las reglas del juego.

La condena moral es necesaria, pero no es suficiente para explicar qué ocurre.

Si la filosofía política no alcanza para que el Gobierno entienda las consecuencias de su discurso, no estaría de más que se acordara de las leyes naturales, que no se pueden modificar ni siquiera con mayoría parlamentaria. Según enseña Newton, toda acción produce una reacción proporcional e inversa. La acción puede incluso volverse contra uno cuando enfrenta una resistencia inesperada, si es que se le antoja escupir para arriba o patear adoquines.

Esto puede ser lo que ocurre con la estrategia de confrontación diseñada por los ideólogos. Al parecer, la idea era inventarse todos los días un enemigo nuevo, confiando en que la pérdida de aliados sería compensada con el reclutamiento de quienes se sintieran atraídos por la epopeya. El resultado es el pelotón de ex funcionarios idóneos que el Gobierno echó de sus filas, contribuyendo a formar algo así como una involuntaria masa crítica opositora.

A falta de mejores referentes, la gente parece haberse dejado convencer de que un discurso que oscila entre la victimización y el desafío es el único posible.

Los ideólogos no habrán pensado que los efectos no deseados de su estrategia podían descontrolarse. Pero cualquiera que conozca los rudimentos de la semiología sabrá que no siempre el código del que emite el mensaje coincide con el del que lo recibe. Aquello que se grita como arenga a las propias tropas puede ser recibido del modo más caprichoso por el resto. La calle puede tomar la frase “vamos a cambiar la historia” como el anuncio de que habrá que cambiar los textos escolares, las efemérides y hasta el elenco de próceres.

Para mucha gente, “Vamos por todo” suena bastante parecido a “Esto es un asalto”.

Los medios no son todo. También están los mensajes y sobre todo la realidad, que suele ofrecer resistencia al voluntarismo.

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