POR EDUARDO VAN DER KOOY-Clarin
10/02/13-Clarin
El 25 de enero último, en un acto en la Casa Rosada, Cristina Fernández afirmó que, como la demuestra la historia de nuestro país, obligar y acordar precios “no sirve”. Guillermo Moreno, el supersecretario, dispuso el lunes pasado (es decir, 10 días después) un congelamiento de precios por sesenta días que comunicó a las cadenas de supermercados y comercios de electrodomésticos. Esa voltereta desnuda cosas conocidas del Gobierno: su improvisación, el hábito de correr detrás de los problemas, el recurso de los parches para reemplazar la falta de planes, la permanencia de la única alianza inmutable en el poder.
Esa alianza la corporizan Cristina y Moreno. El secretario de Comercio tiene en su haber una larga lista de víctimas: Roberto Lavagna –mientras vivía Néstor Kirchner– Alberto Fernández, Martín Lousteau, Amado Boudou. Ahora mismo Hernán Lorenzino, el ministro de Economía, y Axel Kicillof, el viceministro. Kicillof, es cierto, acumula poder en distintas áreas oficiales pero acostumbra a perder cada vez que plantea una batalla con Moreno por aspectos de la política económica. Una de las últimas fue su fracasada resistencia a la imposición del cepo cambiario.
Podría asegurarse, sin exagerar, que la economía está como está, sobre todo, por obra del secretario de Comercio. Hace años que su INDEC falsea las mediciones sobre la inflación. El organismo informó que el alza de precios fue en el 2012 del 10,8%. Si así fuera ¿cómo se explicaría este abrupto congelamiento?.
La verdad estaría mucho más cerca de lo que ventilaron las consultoras privadas y la oposición. Para ellos, en el mismo período, la inflación trepó al 25,6%.
La idea del congelamiento no sólo revela la dimensión de las mentiras de Moreno. También la ausencia de imaginación para maniobrar la economía en trances complicados. Dilma Roussef se asustó en Brasil por una inflación que en el 2012 llegó al 6%. En lugar de hurgar alguna quimera apostó a la baja impositiva en la gama de alimentos de mayor consumo. Menos espectacularidad pero, quizás, mayor eficiencia. Al secretario de Comercio, en cambio, le agradan los garrotazos, al estilo de Pedro Picapiedra, aquel personaje de la fantástica serie animada estadounidense de la década del 60, que reflejaba las costumbres en la Edad de Piedra.
La articulación del congelamiento tuvo características llamativas. No hubo acuerdo, sólo imposición.
Moreno lo informó entre insultos y requisa de celulares de sus invitados. Tampoco quedó un registro rubricado de ese pacto. Apenas la admisión pública de los grupos empresarios. Se organizó, además, pensando en los grandes centros urbanos. Ninguna cadena de supermercados ni los comercios de electrodomésticos poseen sucursales en poblaciones con menos habitantes. Hasta fue aplicada a esos empresarios la cláusula insólita de prohibirles realizar publicidad en los medios de Buenos Aires mientras rija el congelamiento. Un ardid que nada tiene que ver con el combate a la inflación: apunta sólo a provocarle daño económico a los medios de comunicación que no son fieles al Gobierno. Todo lo pudo hacer Moreno en soledad. Eso estaría reflejando varias cosas: el vacío de factores de poder no estatales en la escena nacional, el perfil determinante del secretario de Comercio, la condición sumisa de cierta clase dirigente.
Aquel congelamiento no remite a la época de piedra. Pero jalona la infortunada historia de la Argentina. El ex ministro Juan José Llach recuerda que sólo dos de los tantos planes de este tipo ensayados contra la inflación tuvieron éxito. El de Juan Perón en el año 1952 y el de Adalbert Krieger Vasena en 1967, en la dictadura de Juan Carlos Onganía. Pero ambos contaron con medidas económicas complementarias. El de Perón, incluso, un acuerdo que contempló a los sindicatos y las ramas empresarias. Los pactos que funcionaron en el mundo en situaciones de emergencia exhibieron también otra densidad. Los de la Moncloa de 1977 incluyeron a centrales obreras, empresarias y todos los partidos políticos. Le permitieron a España cambiar la matriz heredada del franquismo. El presente español de honda crisis sería harina de otro costal.
Moreno garabateó su acuerdo corrido por los números y pensando en las discusiones paritarias que casi han dejado al Gobierno sin aliados en el universo sindical. La CGT de Hugo Moyano y la del metalúrgico Antonio Caló parecen cada vez más pegadas. Ninguna piensa clavarse en el 20% de aumento, como pretende Cristina, porque divisan una enorme incertidumbre cuando en abril caduque el pacto de Moreno con sectores empresarios.
¿Que sucederá con los precios?, se preguntan los dirigentes gremiales. Es el interrogante mas común de esta hora entre los argentinos.
Para amarrar en ese puerto todavía falta mucho. Sesenta días pueden significar una eternidad en la inestable realidad argentina.
¿Desabastecimiento?.
Esa podría ser una excusa pertinente para que el cristinismo convierta su precaria lucha contra la inflación en una épica convocante con sentido político. Clausura de comercios, tal vez movilización de fuerzas de seguridad. Películas que bien podría interpretar Moreno junto al secretario de Seguridad, Sergio Berni.
La épica, sin embargo, no resolvería ningún problema. Ese es un costado de las cosas que el cristinismo siempre desatiende. El Gobierno venía siendo advertido desde el 2007 sobre la fuga de capitales. Atribuyó esas advertencias a confabulaciones o intereses espúreos.
Hasta que terminó por inventar el cepo cambiario.
También hace mucho se alertó sobre la falta de inversión para darle durabilidad al modelo. De nuevo la descalificación. Hasta que un día Moreno programó un viaje a Angola para abrirle nuevos destinos a la Presidenta. Luego vino la reciente gira por Oriente y el acercamiento con Irán –al precio de abrir una negociación por el atentado en la AMIA– con la fantasía de seducir inversores que escasean desde Estados Unidos y la Unión Europea. A la inflación negada, el cristinismo le responde ahora con un congelamiento.
Así con casi todo. Debió existir la tragedia en Once, con 51 muertos, para que la Presidenta advirtiera el desastre imperante en el sistema de transporte. Fue necesario que la caja tambaleara, con un flujo de US$ 9.000 millones anuales en la importación de combustible, para que despertara a la crisis en el sector energético. Ahora parece haber conciencia sobre esos viejos problemas irresueltos, aunque también se trasunta impotencia para encaminarlos hacia alguna solución.
Moreno no se conmueve con esas deudas. Le importa más arrimarle a Cristina recetas fáciles que le permitan, además, reinar en un equipo de ministros inmóviles. Hay una excepción que el secretario de Comercio reconoce: Carlos Zannini. Con el secretario Legal y Técnico no juega. De él, quizás, necesite para llevar adelante uno de sus sueños.
Le empieza a entusiasmar la idea de una candidatura a diputado por Buenos Aires.
No sabe si podría asumir o continuaría a cargo del timón económico los años que le restan a Cristina. Pero querría participar activamente en la campaña, trasegar el Conurbano.
Se cree popular entre los mas humildes. Está al tanto de que esa lista, hoy por hoy, sería liderada por Alicia Kirchner. La hermana del ex presidente no despega en las encuestas. Pero la Presidenta supone que despegará cuando ella misma calce la campaña bonaerense en sus hombros. Con su cuñada deberían estar, entre otros, Carlos Kunkel y Diana Conti. Ninguna de esas noticias serían auspiciosas para Daniel Scioli. Tampoco para el intendente de Tigre, Sergio Massa. Mucho menos si les vuelven a pedir, como puede suceder, que sean candidatos testimoniales.
“Nos van cercando de a poco. Nos quieren echar”, se resignó un dirigente del sciolismo.
Acorralar a Scioli, en un tiempo electoral, sonaría a locura política. No lo sería para Cristina. La Presidenta resolvió también romper con la comunidad judía cuando comunicó que no habrá marcha atrás ni paréntesis en el acuerdo con Irán por la AMIA. Llamó a extraordinarias en el Congreso para aprobar el Memorándum de Entendimiento. Echó al cesto, además, las promesas que Héctor Timerman había formulado a la DAIA y a la AMIA para bajar la tensión. No habrá indagatoria a los iraníes acusados del atentado por la Justicia argentina.
Sólo un interrogatorio testimonial. Quedó en evidencia que la diplomacia de Teherán impuso todas sus condiciones.
Incluso la de desechar que ese proceso se pudiera realizar en un tercer país, como había pedido Cristina en la ONU.
La Presidenta justificó su nueva acrobacia aludiendo a la necesidad de destrabar la situación entre la Argentina e Irán.
¿Destrabar qué?
. La Justicia de nuestro país hizo una investigación a instancias de Kirchner y determinó la culpabilidad de jerarcas iraníes en el atentado. El Gobierno pidió su detención. Interpol libró las órdenes de captura. Teherán siempre las resistió.
¿Para destrabar el pleito se negociaría entonces con los presuntos criminales?
. No pareciera una salida decorosa, aliada a valores elementales de ética y moral. ¿O es que la Presidenta, en realidad, descree de lo investigado por la Justicia?. El periódico y la agencia estatal del régimen iraní coinciden con esa visión. Aseguran que la Argentina nunca ha podido probar con seriedad en 18 años la culpa de Teherán.
Cristina resolvió meterse en una tormenta sin reparar en consecuencias. ¿Que interés superior ocultaría la transa por el atentado en la AMIA?. ¿Qué supuesto beneficio para su Gobierno?. Delante de esas preguntas se levanta siempre un manto de silencio.
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