martes, 12 de enero de 2016

La hora triunfal de las ensaladas

La hora triunfal de las ensaladas

Pasiones argentinas.Cristóbal Reinoso

Pasa casi ritualmente, una vez digeridos los atracones de las Fiestas. Después del lechón preparado en el horno de la panadería de la esquina, del cabrito aguantado en la parrilla con brasa chica o el carré de cerdo arrinconado y finalmente ovacionado. O del recurrente vitel toné, para no hablar del asado primorosamente tratado por el tío Salvador, celoso guardián de su imbatible parrilla. Al otro día se yerguen airosas las ensaladas, es el triunfo del vegetal sobre el animal. Al igual que los perros y gatos que de vez en cuando mastican unos yuyos para limpiar la serpentina, el cuerpo pide ensalada. Reina la chaucha y la remolacha, el huevo duro y el tomate, la rúcula y el parmesano. Si se está afuera, se pide una César y siempre serán bienvenidos la lechuga y el tomate. La completa se acepta hasta con papas.
En mi caso particular, sin zanahoria: recuerdo de la infancia. Mi vieja no sé dónde había leído que el jugo de zanahoria era bueno para la vista; la rallaba con una paciencia que sólo puede tener el amor de una madre, la juntaba en una servilleta y después la exprimía.
Por aquellos tiempos no existían esas maravillas domésticas de la modernidad tecno, de mayor eficacia que la tarea artesanal, capaces de sacarles jugo a las mismas piedras con sólo apretar un botón. Recuerdo que antes de ir a la escuela tomaba un vaso de jugo de zanahoria. Hoy las veo en la ensalada: lo armonioso de la composición con los verdes, los rojos y violetas, pero las aparto prolijamente, agradeciendo lo bien que aprecio y distingo los colores de la naturaleza.
Cristóbal Reinoso
cristdibujos@gmail.com

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