miércoles, 27 de enero de 2016

El placer de lo cotidiano

El placer de lo cotidiano

Pasiones argentinas.Silvia Fesquet

Salir de casa a la mañana, cruzar la puerta de calle y saludar a Jorge, encargado decano del edificio. Pasar por el quiosco y cruzar los buenos días con Sergio, que sabe desde hace años qué diarios debe dejarme de lunes a sábado y cada domingo. Ya en la otra cuadra esperará la sonrisa amable del mozo al que no hace falta explicarle que el café es en jarrito, descafeinado y súper liviano. Doblando la esquina, el ritual inexorable, tres veces a la semana, será la clase de gimnasia con ese grupo fiel e inoxidable con el que, antes y después de abdominales, estocadas, dorsales y trabajo de pesas, compartiremos las fotos del casamiento de una hija, las novedades políticas de la jornada o el destino de las próximas vacaciones.
Dos veces por semana, un par de manos duchas lavarán y secarán el pelo que otro par de manos mágicas dejará prolijo e impecable, matizando calidez y confidencias.
Es curioso pero cuando vuelvo la vista atrás, en busca de otras voces, otros ámbitos -con el perdón de Truman Capote- entre las primeras que vienen a la memoria están David, el gallego entrañable que en el viejo bar Colón de Paseo Colón y México aguantaba estoico nuestras tertulias periodísticas, entre cierre y cierre, o Raulito, el mozo del bar de Corrientes y Talcahuano que ya alistaba en su bandeja el agua sin gas y el cafecito liviano apenas me veía subir las escaleras de la editorial.
Lo que anida detrás de estos recuerdos, lo que explica su peso irreductible, son los rituales, ese hato de pequeños gestos cotidianos de los que se va nutriendo la vida.
Silvia Fesquet
sfesquet@clarin.com

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