sábado, 30 de enero de 2016

De postre, una “sopa inglesa”

De postre, una “sopa inglesa”

Pasiones argentinas.Horacio Convertini

Es un trozo de bizcochuelo con dulce de leche en el medio, cobertura de crema chantilly y una guinda o frutilla coronándolo. Se lo sirve mojado en vino moscato. Se llama “sopa inglesa”, fue “el” postre de mi infancia y hoy apenas sobrevive en las pizzerías tradicionales o en las panaderías de barrio, desplazado por la súbita pasión que han despertado en los argentinos las tarteletas de frutos rojos o el apple crumble. El snobismo domina las corrientes culinarias y por eso se vuelven famosos los ingenieros químicos que cocinan con soplete y que en vez de servirte la comida en un plato, te la traen en un vaso de tequila y la llaman emulsión. La “sopa inglesa”, en cambio, tiene la dignidad de la historia. Las raíces de su genealogía penetran la repostería popular inglesa del siglo XVI, atraviesan el renacimiento italiano (cuando se sofistica, conquista los paladares nobles y adquiere el nombre de “zuppa inglese”) y se afirman en la Argentina del siglo XX, donde alcanza la gloria con la incorporación del dulce de leche. De chico, mis cenas domingueras eran con pizza de La Furcol y una “sopa inglesa” como fin de fiesta. No era un postre retro ni vergonzante, y compartía cartel con delicias como el imperial ruso o el palo jacob, hoy piezas de museo. Pedir una “sopa inglesa” en el siglo XXI es revelar una edad, pero también un origen y cierta resistencia. No al mousse de arándanos. No al bavarois de maracuyá. Sí al cosquilleo del dulce de leche húmedo en moscato, al placer esponjoso del bizcochuelo, a la suavidad del chantilly y al remate sensual de la frutilla. Porque para novedad, lo clásico. 
Horacio Convertini
hconvertini@clarin.com

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