Las paradojas del consumo
A una cuadra de Olazábal y Alvarez Thomas hay un bar con mesas en la vereda.
Cuando el tiempo ayuda, los vecinos salen a despuntar a cielo abierto la pasión
por el café. Pero el placer de sentirse acariciados por un rayo de sol que se
filtra entre los árboles, o la brisa suave que atraviesa la esquina, puede
colapsar de repente. Un joven con otras inquietudes, que da vueltas mientras lo
esperan en una moto sobre la avenida, ensaya una carrera que no da tiempo a la
reacción, para arrancarle el celular de la oreja a una mujer que se acaba de
sentar. “¡Hijo de puta!”, alcanza a gritarle la mujer al ladrón, antes de que
desaparezca. Por aquí suele haber policías de consigna, pero hoy deben estar en
otro bar. La víctima queda alterada, se lamenta por la información que tenía
guardada en el teléfono y que perderá. Le pide a un hombre que le haga el favor
de llamar al * 111 para que le bloqueen la línea. Luego cuenta que estaba
pagando el aparato en 18 cuotas y que ahora deberá superponerlas con las que
asuma abonar por el reemplazo. Paradojas de un país que permite comprar cosas en
más meses de lo que la propiedad privada es capaz de garantizar. Especie de
versión libre del Estado de Derecho, en la que el consumidor se resigna no sólo
a dejar de ser del todo dueño al abrazar el modelo de financiación a largo
plazo, sino también a la degradación del status de dueño al de mero portador,
como lo supone la consagración del arrebato impune y su agravante involuntario:
el calorcito que llama a disfrutar de la calle. Lo único seguro es la deuda
acumulada en la tarjeta de crédito. Lo demás, va y viene.
Pablo Sigal
psigal@clarin.com
Pablo Sigal
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