Esa vocación por “el arreglo”
El mediodía era tórrido, y el sol no daba tregua. Mucho menos para la improvisada parrillera que, con la excusa de estimular la camaradería del grupo de trabajo, había decidido organizar un asado en el fin de semana. El hijo de la mujer, un preadolescente tan simpático como revoltoso e hiperkinético, se había trepado en cuestión de segundos a lo más alto de un árbol, remedando al barón rampante de Italo Calvino, pero con todas las diferencias del caso y allí parapetado no cesaba de lanzar al aire insultos y todo un rosario de improperios.
Después de algunos vanos intentos de hacerlo callar, agobiada por el calor, el humo del carbón y la flojedad de lengua de su vástago, la mujer abandonó el quincho, se paró al pie del árbol, colocó los brazos en jarra y con la expresión de su cara desfigurada por la furia gritó, con el volumen de una auténtica propaladora humana: “Julián, la p ... que te p ... ¿Por qué c ... no cerrás la boca, te bajás de ahí, te dejás de j ... y hablás bien, como Dios manda”. El ataque de hilaridad a que dio paso el estupor en los presentes, debió ser disimulado. La señora jamás habría entendido el porqué de las carcajadas.
Muy a menudo recuerdo esta anécdota. Por ejemplo, cuando los que se quejan a voz en cuello de la corrupción le guiñan el ojo al que acaba de hacerles una multa, buscando algún “arreglo”; los que protestan por la suciedad de las calles tiran el papelito del alfajor al suelo, o los que reclaman por el destino de los impuestos los evaden descaradamente.
Hombres necios ...
Silvia FesquetDespués de algunos vanos intentos de hacerlo callar, agobiada por el calor, el humo del carbón y la flojedad de lengua de su vástago, la mujer abandonó el quincho, se paró al pie del árbol, colocó los brazos en jarra y con la expresión de su cara desfigurada por la furia gritó, con el volumen de una auténtica propaladora humana: “Julián, la p ... que te p ... ¿Por qué c ... no cerrás la boca, te bajás de ahí, te dejás de j ... y hablás bien, como Dios manda”. El ataque de hilaridad a que dio paso el estupor en los presentes, debió ser disimulado. La señora jamás habría entendido el porqué de las carcajadas.
Muy a menudo recuerdo esta anécdota. Por ejemplo, cuando los que se quejan a voz en cuello de la corrupción le guiñan el ojo al que acaba de hacerles una multa, buscando algún “arreglo”; los que protestan por la suciedad de las calles tiran el papelito del alfajor al suelo, o los que reclaman por el destino de los impuestos los evaden descaradamente.
Hombres necios ...
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