miércoles, 3 de febrero de 2016

Los tangos en blanco y negro


Noche de febrero en Buenos Aires. Treinta y pico de térmica. Regreso a mi casa rogando tener luz. Al llegar, enciendo la radio y la cocina se estremece con una voz desesperada, que me canta: “Llorás por dentro, todo es cuento, todo es vil.” Es el tango “Desencuentro”, hit ideal para el sopor del verano porteño. “Quisiste con ternura, y el amor te devoró de atrás hasta el riñón”. ¿Incitación al corchazo? ¡No, peor! El cantor advierte: “Por eso en tu total fracaso de vivir, ni el tiro del final te va a salir”. Y así, en ese callejón sin salida, termina el tango, ese “amigo que me sabe esperar” como diciendo: “¿Viste que al final tenía razón?”.
Tengo edad suficiente para que el tango se haya cansado de esperarme. Los que me gustan, me gustaron siempre, desde que era chico y en mi casa se escuchaban y se bailaban. Lo otro tiene mucho de regodeo en la herida, cantores con ataques de nervios y nostalgia de un mundo que nunca viví. La imagen del televisor en blanco y negro con la orquesta de D´Arienzo y sus gestos ampulosos la recuerdo grotesca. Para los adolescentes de los 60 el tango era eso; el mundo en blanco y negro. Para completarla, nunca faltaba el tío “amargo obrero” que te acariciaba la cabeza mientras te decía: “Ya vas a ver pibe, el tango te va esperar”. ¿Me seguirá esperando ese tipo sombrío apoyado en un farol que ya no existe, en la esquina de un barrio ahora peligroso? No lo creo. Por las dudas, si lo llego a ver, me cruzo de vereda. Mientras tanto, yo espero ansiosamente a otros amigos. Mañana -¡loado sea el Señor!- llegan los Rolling Stones.
Juan Carlos Diez
jdiez@clarin.com

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