lunes, 15 de febrero de 2016

La alegría del amor por venir


De la mesa, como del amor, hay que saber retirarse a tiempo para no ver las sobras”. No sé a quién pertenece la frase, pero tal vez eso sea lo de menos. Es demoledoramente veraz, redonda, perfecta. Pocos espectáculos hay tan tristes como el de asistir al naufragio de lo que alguna vez fue un amor; ese momento en que dos seres que compartieron la mayor de las intimidades, pariendo sueños, futuros e hijos, se enfrentan, como dos perfectos desconocidos, mirándose sin reconocerse, echándose en cara las acusaciones más tremendas, preguntándose en silencio en qué momento empezó a hundirse todo, cuál fue la señal, quizás imperceptible, que encendió esa alarma que ninguno de los dos pudo o quiso escuchar. Ahí, cuando del barco ya no quede casi nada a flote, y no haya bote salvavidas capaz de abrigar a esos dos cuerpos fatigados por el inútil combate a que los arrojó el desamor, flotarán, jirones de otra vida, la memoria de los instantes en que fueron felices. Esos instantes en que la vida era tan plena y tan diáfana que el horizonte ni siquiera se divisaba, tan lejos quedaba, allá en un futuro sin cabida para las tempestades. Pero he aquí, al cabo de unos años que parecen siglos, a estos dos fantasmas, sombras de los enamorados que fueron.
¿Y por qué justamente en vísperas del Día de San Valentín, traer a cuento un cuento de desamor? Porque dejar atrás un mal amor, o un buen amor al que el tedio, la rutina o las circunstancias fueron desmigajando, no es más que la posibilidad de abrir las puertas y el corazón a un nuevo amor por venir.
Silvia Fesquet
sfesquet@clarin.com

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