lunes, 14 de diciembre de 2015

Los aguafiestas del buen comer

Los aguafiestas del buen comer



Algunas vez hablamos acá sobre los insufribles aguafiestas que quieren arruinarte el placer. Guerra a ellos. Por ejemplo, los plomos de la comida. Estás ante una taza de café que inspiraría a Balzac y por darle un tarascón de tiburón a una medialuna crujiente, y el tipo pasa y te reprocha: “Eso es grasa pura. Una banana es mejor, es potasio”. Vos resistís: “¿Banana con café, demente?” Y el tipo triunfa: “Café no, que irrita el colon: agua de durazno al dieciséis por ciento, sin gas”. Y vos que sabés que eso inspiraría a Arjona y no a Balzac, reprimís a duras penas tu instinto asesino.
En el asado con los muchachos y justo cuando vas a hundir la cara en las mollejas, al insufrible le traen medio cachete de abadejo con un medallón de zanahoria sobre hojita de rúcula, sazonado con ocho granos de sal de Persia. La mesa entera ya huele a pescado, la fiesta está en la ruina y encima el fastidioso te mira con esa media sonrisa que sugiere: “Pobres infelices, qué pronto van a morir”.
El terrorista antiplacer sabe, y te recita, se diría que apasionado, el contenido en calorías de todo cuanto te estés por llevar a la boca y no sea una galleta de arroz perfumada al orégano; te ve cuando estás por entrarle al flan y te apestilla: “Lo ideal son dos dátiles de Sumatra”. Lo ideal es ahorcarte para que no sigas horadando el placer, bestia.
No seamos tontos, hay que cuidarse con comidas y bebidas. Pero hay que cuidarse más de estos inútiles, negados al goce de la buena mesa. Ojo, porque la estupidez mata más y más rápido que el colesterol.
Alberto Amato
alberamato@gmail.com

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