lunes, 28 de diciembre de 2015

La tediosa obligación de ser feliz en Año Nuevo

La tediosa obligación de ser feliz en Año Nuevo

Disparador.

Sucede como cada cumpleaños: el Año Nuevo te puede pegar bien, allí en lo alto del cielo, como la bandera, o te puede tirar al sótano de la depre. Más raro, aunque sucede, es pasarla como si no pasara nada, como si fuera lo que efectivamente es: una convención calendaria, social, familiar.
El tema es que hay cierta presión, una paciente pero inequívoca incitación generalizada a que uno asuma el perfil de una burbuja de champagne y lo sobrecargue el ansia por celebrar, tanto el año que pasó como el que viene.
La obligación de la euforia es una bajada de línea que nos bombardea desde la televisión a la tía, los primos y hasta los amigos.
Y la cuestión es que no a todos nos refresca mejor la misma gaseosa, como nos quiere imponer la machacona propaganda desde hace añares, ni todos somos los mismos, ni estamos todos en la misma frecuencia de onda.
¿Qué carancho va a festejar el tipo de que hoy está con el agua hasta los ojos en Entre Ríos, Corrientes, Chaco? ¿Por qué miércoles de feliz Año Nuevo puede brindar el habitante promedio de Concordia?
Por otro lado, en el célebre, convencional y bastante salame balance del año a muchos les va como mona, o peor si es posible. O te va bien en uno, dos, tres rubros y peor que la mona, en alguno muy lacerante. Siempre es más que improbable sacarse muy bien felicitado en todas las materias.
Es muy difícil que en una mesa familiar más bien grandota falte alguien que no haya experimentado en el año una pérdida sensibilísima. Las tragedias nos llegan a todos como esas tormentas de verano que se anuncian y se anuncian hasta que uno se olvida de ellas y entonces, justo entonces, se desencadenan.
Hablo con Mariana Písula, consultora psicológica, experta en una especialidad infrecuente: duelos. Me cuenta que justamente lo que ella recomienda es no presionar a quien pasa por tiempos sombríos, no exhortar a la celebración a quien no tiene nada que festejar, en fin, no jorobar al que está dolido. Dejarlo que, en paz, decida cómo quiere integrarse al rito grupal. Quizá desea pasar el momento cúlmine a solas, en su casa (pasa a saludar a los suyos a la tarde, por ejemplo) o en otra habitación.
“El duelo es el proceso natural que sucede a la pérdida de un ser querido. Es un proceso no lineal, es personal, único y singular”, sostiene Písula. Entonces se trata de no escorchar, de dejarle oxígeno y tiempo al doliente para que pueda hacer una pausa y logre elegir la que le parezca la mejor manera de pasar un acontecimiento ceremonial del cual quizá ni siquiera se siente ya parte.
Gregarios por mandato biológico, los humanos tendemos a acomodarnos en la uniformidad, en imitar, como los monos que fuimos, mal que bien, lo que hacen los otros. Ese esfuerzo nos puede llevar a omitir o disimular la pena cuando esa tristeza es necesaria. Dejarle un espacio abierto a quien está en otra y la pasa feo, acaso sea el más sencillo y espléndido regalo que podemos obsequiarle.

No hay comentarios: