domingo, 6 de enero de 2013

Cara a cara con el infinito

POR MARCELO A. MORENO

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06/01/13-Clarin

En los libros de historia universal que vendrán seguramente la revolución de Internet tendrá un capítulo mucho más importante que el de la revolución rusa” . La frase me la dijo un reciente licenciado en historia y, en el marco de la conversación, la suscribió otro joven casi doctorado en filosofía.

Si a un fan de Los Beatles cuando aún sonaban o a un admirador de Travolta y la música disco alguien le hubiera hablado de la posibilidad de hacer un paseo virtual por el museo Metropolitano de Nueva York, mirando obra por obra o ver y escuchar una filmación perdida de Martha Argerich niña interpretando a Liszt, lo hubiera tomado por un loco o por un cultor retorcido de la ciencia ficción.

Si le hubieran dicho que en un mapa que no figura en ningún lugar físico se puede ver su casa o que se puede comunicar por video chat en tiempo real con un pariente que vive en Singapur o El Cairo, no lo hubiese creído ni a la fuerza.

Si le hubiesen propuesto jugar al truco o a un video game con un contrincante que lo hace al mismo tiempo en Los Angeles o en Lyon o que puede mandar un mensaje para que lo lean cincuenta o trescientos seguidores que cuenta en una red que está en el aire, a lo mejor le daba -para usar una palabra antigua- un soponcio.

Internet nos ha trastocado la vida, de golpe y porrazo, a casi media humanidad (la otra simplemente aún no tiene acceso a la Web). ¿Podemos imaginar, siquiera recordar, una existencia sin mail, sin chat, sin Wikipedia, sin el diccionario de la Real online? Podemos, claro, pero se hace cuesta arriba.

Porque Internet nos cambió la manera de acceder a la música, a los libros, al periodismo, al cine, a la TV. Y transformó la forma de hacer política -convirtiéndola en pura comunicación-, además de revolucionar la economía. Es que todo parece habitar allí, en una nebulosa, tan improbable como los antiguos espíritus del bosque, a la cual accedemos a través de soportes diversos.

También cambió nociones como la de intimidad y j uega un ajedrez complejísimo sobre los límites de lo público y lo privado . Que lo diga sino Florencia Peña, víctima de un hacker y de su popularidad.

Porque este regalo magnífico del nuevo tiempo también nos trae flamantes problemas . Hace poco Silvio Berlusconi, tras agrupar a unos cientos de seguidores en su perfil de Twitter, pasó a contar, de un día para otro, con 72.000. Una de las maneras de medir la popularidad de alguien hoy es el número de interesados en sus twits o en su Facebook. ¿Qué se sospecha? Que el sátrapa los compró.

Es que en el reino anónimo de la red de redes, pocos son quienes dicen ser y la truchada es casi ley . Y los filibusteros abundan haciendo lo que saben: piratear. Hay falsos perfiles de Facebook, de Twitter y blogs de no se sabe bien quién. Esa marea sin pasaportes ni documentos de identidad favorece y mucho la libertad pero también nos enfrenta a un juego de fantasmas donde nunca estamos seguros de que lo que parece, sea en realidad .

Y por eso, dispara nutridas y furibundas polémicas por los derechos de autor (¿los artistas perderán en la maraña de la Red la posibilidad de vender sus obras?) o el derecho de los poderes a controlar los contenidos (¿ el libertinaje es garantía de la libertad o resulta más sanito, como quieren tantos gobiernos, que el poder la regule, a riesgo cierto de llevársela puesta?).

Son muchas las preguntas que dispara esa dilatada nube de nadadonde está almacenada acaso toda la información del mundo.

¿Cuántas incombustibles bibliotecas de Alejandría puede cobijar Internet? Seguramente finitas, pero tan finitas como las estrellas , infinitas para cualquiera que se asome una noche bajo el cielo estrellado.

Internet nos pone cara a cara con el infinito . Con todos los libros o la música de la historia, en todos los idiomas y grafías, y con todas las historias de esos libros y esa música.

Intentamos no darnos cuenta, pero cada vez que entramos en la red habitamos ese abismo, el laberinto de la inmensidad.

http://www.clarin.com/sociedad/Cara-cara-infinito_0_842315878.html

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