No sé dónde está Yabrán
LA
NACION
No
me pregunten más: no sé dónde está Alfredo Yabrán. No sé qué pasó exactamente
con Cristian Lanatta y Víctor Schillaci al momento de la detención de Martín
Lanatta y no sé si al fiscal Nisman lo mataron. Tampoco supe en 2002 si irían
por las cajas de seguridad. ¿El dólar? Tengo con él un vínculo tan especial,
pero tan especial, que es igual al de la gran mayoría: nunca lo veo cuando yo
quiero; él domina la relación. En días más analíticos me pregunto por qué lo
busco desde que cobré mi primer sueldo a los dieciocho años. Y no, esa respuesta
tampoco la tengo.
Para
mucha gente, que trabaje en un diario supone una fantasía que es tan estúpida
como genial: creen que tengo un privilegiado acceso a ella, La Verdad Oculta.
Esta teoría alcanza su clímax en los cumpleaños de amigos y familiares. Basta
con una presentación escueta -"Ella es periodista, trabaja en LA NACION"- para
que los comensales que no me conocían y hasta hacía un minuto estaban en uso
pleno de sus facultades mentales -podían permanecer sentados, seguían el hilo de
una conversación, el vino que servían caía dentro de las copas- se conviertan en
un manantial de insania.
Aunque
alquilo un departamento en Villa Ortúzar, no tengo plazos fijos y no entiendo el
índice Merval, me preguntan por el dólar, si se va a disparar, si va a llegar a
veinte, porque, seguro, vos algo sabés. Digo que no tengo idea, y decir que no
tengo idea es poner la mano en el picaporte del infierno. Como si se tratara de
un juego de mesa, cambian el tópico, porque si no sé de finanzas, quizá sí de
deportes: "¿Por qué vomitaba Messi?". Música: "¿Es cierto que el Indio Solari es
billonario?". Espectáculos: "¿Matías Alé estaba en una secta?". Política: "¿Es
verdad que un día antes de morir Néstor (Kirchner) discutió muy fuerte con
(Hugo) Moyano?". Historia: "Es verso que el hombre llegó a la Luna, ¿no?" y su
apéndice, revisionismo histórico: "¿Hitler murió en Bariloche, ¿no?". Ésa es mi
categoría preferida, el que afirma pidiendo confirmación. Yo respondo que seré
sincera, que cuento con idéntica información. Entonces, sucede: es en este
momento de la charla cuando descubro qué tipo de curioso tengo en frente, porque
hay dos clases.
El
curioso triste se desencanta de mí, de esta fuente inagotable de verdades que
está comiendo un sandwichito de miga de jamón y queso. Le veo la decepción en el
rostro, hace una mueca y se produce el quiebre de la relación: nuestro primer
silencio incómodo. Él me ofrece lo que sea que haya en el platito más cercano,
yo le digo que el queso está riquísimo, picantito, pero me encanta, mientras
pienso si no me habré excedido, si en el afán de ser sincera no medí el daño.
¿Qué tan terrible habría sido si en lugar de decir "sé lo mismo que vos" hubiera
dicho "hay muchos rumores, ¿no?". Soy como un Papá Noel de información para
adultos, debería tener en cuenta eso.
El
otro, es el que llamo curioso géiser. No es muy común encontrarlo, pero está. Al
principio pregunta por los grandes misterios del devenir nacional sin apuro, con
sonrisas de ágape diplomático. Todo muy ameno; tenemos toda la noche por delante
y tantas cosas que saber. El más confianzudo puede llegar a hombrearme
suavemente (¿creerá que ese gesto me animará a decirle lo que supone que no
quiero contarle a nadie?). Un desprevenido, sin acceso al audio de la escena,
verá química, enganche. Lo cierto es que soy rehén de una intimidad forzada.
Pincho salchichitas, reitero que no sé, sorbo de mi copa, sonrío. El tono
cómplice del principio se esfumó, ya las preguntas son más bien inquisidoras y
sí, ahí viene el géiser irracional: "Bueno, también es obvio: si sabés algo, no
lo vas a andar contando". Acabo de convertirme, para este curioso, en una
angurrienta del saber. Ahora soy mala.
La
tarde del 20 de mayo de 1998 yo tenía 19 años, era estudiante de periodismo
deportivo y estaba en el baño de mi casa. Corta de tiempo, me puse cera
depilatoria en ambas axilas a la vez.
-La
información de último momento es que se suicidó Alfredo Yabrán -dijo en la radio
Gonzalo Bonadeo, que hacía Rock&Gol por La Red.
-¡No!
-grité azorada y bajé ambos brazos, con la cera aún tibia. Sólo mi abuela y yo
sabemos lo difícil que fue despegarme.
En
eso pienso cada vez que me preguntan por Yabrán.
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