jueves, 28 de enero de 2016

La discreción del silencio

La discreción del silencio

Pasiones argentinas.Miguel Jurado
Don Saturnino era de hablar poco, creía que cuando las cosas no se querían entender, mejor no explicarlas. En el barrio se lo conocía por lo discreto, educado y amable en cualquier situación. En su casa, las palabras corrían por cuenta de su mujer, Carmela. Tuvieron una hija, creció con la misma consigna pero consiguió marido charlatán y presumido, de otro palo. Saturnino no dijo nada. Dueños de casa propia y con una jubilación modesta, los viejos podían vivir dignamente aunque siempre les faltaban “cinco para el peso.” Por suerte o por desgracia, el marido de la hija hizo plata rápido y los abuelos recogieron beneficios secundarios: vacaciones garantizadas en la Costa para cuidar nietos y auxilio monetario cuando la plata no alcanzaba. Tanta generosidad comenzó a cobrarse de a poco y el yerno les perdió el respeto. Discusiones de cualquier tipo terminaban con el muchacho ridiculizando las opiniones del suegro y él callando.
En los 90 los negocios del yerno dieron un salto astronómico y el maltrato también. Comenzaron los viajes a Europa y las vacaciones en Punta del Este. Allí fueron Saturnino y Carmela como siguiendo su propio Vía Crucis. Nunca se sabrá si soportaron todo por la hija, por los nietos o por el lujo que disfrutaban de refilón.
Hace unos años, toda la riqueza del yerno se esfumó. Casas, autos y yate fueron a remate. La familia se mudó a lo de Saturnino, se acomodaron como pudieron y el viejo no dijo una palabra. Ahora, el que tampoco habla mucho es el yerno.
Miguel Jurado
mjurado@clarin.com

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