La enseñanza de una abuela
Pasiones argentinas
Mi abuela Porota le daba un beso al pan antes de tirarlo. Era pan viejo que por alguna razón que no logro desentrañar ya no servía ni para rallar ni para el budín. A mí me llamaba la atención. ¿Por qué lo hacía? La abuela me lo explicó un mediodía: “Porque el pan no se tira, el pan es sagrado, y cuando no queda más remedio que tirarlo, hay que darle un beso para que no falte”. La abuela se había criado en un campo de Mercedes. Era la mayor de los tres hijos de un peón al que terminaron matando en una reyerta de pulpería y vivía en un rancho de adobe.
De su infancia me contó dos cosas: que una mañana se levantó para ir a la escuela, metió el pie en una alpargata y tocó la piel fría y rugosa de un sapo (y por eso, de grande, aunque era capaz de perseguir cualquier tipo de alimaña, le seguía teniendo miedo a los sapos) y que, en la pobreza más despojada, con sus hermanos jugaban a las visitas en una casita que hacían así: con un palo marcaban un cuadrado en la tierra y otro cuadrado más chico atrás, a cuatro o cinco metros. Y el cuadrado grande era la casa. Y el chiquito, el que quedaba lejos, era el baño. Y cuando llegaba una visita a la que no querían ver corrían al cuadradito del fondo y se quedaban parados ahí, entre las marcas del piso, para hacerse “invisibles”.Pienso en todo eso cuando estoy ante el tacho de basura, a punto de tirar un pan. Y entonces miro alrededor, me aseguro de estar solo, y le doy un beso. La abuela no pudo terminar la primaria, pero eso nunca tuvo nada que ver. Todos dejamos huella.
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