domingo, 8 de noviembre de 2015

Odios inútiles en la cola del súper

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pasiones argentinas,

Es lunes, temprano, y el supermercado está semi vacío. Frente a una de las cajas, una señora descarga morosamente el carrito, mientras sonríe, con una sonrisa tímida y amable, a la cajera. Tendrá unos 75 u 80 años y, de acuerdo con sus movimientos, todo el tiempo del mundo por delante. Da la impresión de ser una clienta habitual; hay una cierta familiaridad en el saludo que cruza con otro de los empleados. Enseguida entabla una conversación con la encargada de la caja, sin dejar de alinear su módica compra en la bandeja correspondiente.
Hay un comentario, casi obligado, sobre la temperatura, llamativamente baja para la época; otro sobre el aumento del precio de las galletitas sin sal -parte ineludible de su dieta, al parecer-, de algunos de los gustos que ya no puede darse, en parte por recomendación médica, en parte por los recortes que le van imponiendo la economía y su jubilación.
Sin embargo, no se queja. Está a punto de iniciar un nuevo tema de conversación -el próximo cumpleaños de su nieto- cuando alguien en la fila empieza a impacientarse. “Odio a éstas que se eternizan en la cola dándole charla a la cajera”, farfulla. Pienso entonces que, muy probablemente, ese, mínimo, con la empleada del supermercado, sea el único contacto con una persona que esta mujer, y tantas y tantos como ella, tenga a lo largo de todo su día.
Y me pregunto si no deberíamos ser un poco más compasivos, un poco más tolerantes, un poco menos ansiosos. O, en otras palabras, un poco más humanos.

Silvia Fesquet

sfesquet@clarin.com

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