- Clarin.com
- Opinión
- 26/11/15
Alejandro pensaba que en la vida uno es como juega al fútbol. Cuando lo conocí, lo primero que me preguntó fue de qué jugaba. Me dio vergüenza decirle que siempre fui cuatro, marcador de punta derecho, de esos que se quedan a cuidar su “quintita” y nada más. Mi gran talento era acorralar al delantero contra la raya o bajarlo de un patadón.
Le dije que jugaba de ocho. Alejandro había sido cinco “leñador”, me explicó moviendo la mano en forma inclinada con la palma hacia arriba. “Pasaba hombre o pelota, nunca los dos”, se reía. A Alejandro le gustaba el ocho de marca, “un tipo leal, de perfil bajo”. “El ocho creativo está destinado a ser segundo, tiene una vida si no hay un zurdo con la diez”, me dijo y agregó que ése sí era un ganador: “Si tiene personalidad, el 10 gana en la cancha y en la vida”.
Según su visión, otro líder natural era el defensor central, el que sabe mandar por presencia. “Es de los que siempre juegan en equipo, ocupan su lugar, ordena a los demás, saca lo mejor de sus compañeros y aparecen cuando las papas queman. Buenos jefes”, sentenció. Para Alejandro, todos los puestos tenían pro y contra, pero no se bancaba a los 9. “Fijate que los goleadores son tipos egoístas, ventajeros, malos amigos. Viven queriendo cagar a alguien, a los defensores o al arquero, y hacen de eso una forma de vida”, dijo y agregó: “Yo era cinco, el cinco tiene que conocer a los jugadores, compañeros y rivales, saber cómo son, adivinarles el amague, la trampa, la intención”. Hizo un silencio, me miró y preguntó: “¿Seguro que vos eras ocho?”.
Miguel Jurado
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