Clarin.com Opinión 17/10/15
No es la madre de los avisos coloridos que pueblan diarios y revistas. Esa que espera mañana su día con una sonrisa de dientes perfectos. No va a recibir un smartphone nuevo, un vestido espléndido, ni siquiera una planchita para el pelo de última generación. No es, claro, la modelo que ronda los cuarenta y muestra orgullosa su panza de ocho meses, flaca y bella como cuando empezó a hacerse famosa. Claro que tampoco es la única: hay decenas, cientos, miles de madres como ella en todo el país y en todo el mundo. Alcira se levanta a las 6 para hacer las tares de la casa y luego viaja dos horas para estar a las 9 en el supermercado chino, donde trabaja como cajera.
Tiene 3 hijos: la mayor, de veintipico, le dio un nieto de 6, que ya está en edad escolar pero que no manda a la escuela, porque siempre se queda dormida. No estudia ni trabaja. Los fines de semana no le ve el pelo: arranca la salidas el viernes después de la medianoche. El varón, cerca de los 20, tampoco estudia. Tampoco trabaja. No es que no encuentre, no busca ni quiere. Ninguno de los dos hizo la secundaria.
Pero el problema es la hija menor, que está en primer año. Ella sí estudia, y la cara de Alcira se ilumina cuando dice “es mi compañera”. Hasta que vuelta a vuelta la llaman del colegio, porque la nena se cortó. En los brazos, en las piernas. Y no por accidente.
Es ese rito no tan nuevo, pero para muchos desconocido, de autoflagelación adolescente. Entonces Alcira llora, pierde el día para llevarla a la psicóloga. Y se siente culpable.
Graciela Baduel gbaduel@clarin.com
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