- PorALCADIO OÑA
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Qué pareja. Boudou y la subsecretaria de Defensa del Consumidor, María Colombo./ telam
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El INDEC releva, dos veces al mes, 30.000 precios de 440 variedades de productos de la canasta familiar que representan el 70% de los gastos de la población. Lo hace en 6.000 comercios de la Ciudad de Buenos Aires y 24 partidos del GBA. Y todo, al divino botón .
Muy suelta de cuerpo, la subsecretaria de Defensa del Consumidor, María Lucila Colombo, dijo esta semana: “El índice de precios al consumidor (IPC) no está hecho para saber cuánto aumentaron los precios. Es una medida económica que tiene otras aplicaciones. Por eso hay tanto lío”. Se entiende, depende de Guillermo Moreno.
Un par de preguntas surgen obvias. ¿Para qué sirve el índice si no es para conocer cuánto aumentaron los precios? O ¿por qué el INDEC se toma semejante trabajo todos los meses?
Y si cuesta encontrarle algún asidero a las afirmaciones de Colombo, resulta más sencillo explicar el lío. Si hay tanto es por un motivo que la funcionaria debiera conocer de sobra: nadie cree en la inflación que cuenta el Gobierno .
En tren de aclarar u oscurecer, al gusto de cada cual, Colombo arremetió con otra frase: “El índice sirve para actualizar los valores de ciertos bonos. Es otra cosa. Es un índice que no pretende ser la representación de tu canasta, ni de la mía, ni de la de aquél”.
Según el INDEC, la canasta refleja los consumos habituales de la población y fue elaborada en base a una encuesta que llevó varios meses. No es la mía, ni la tuya, ni la de aquél, sino, se supone, una muestra representativa de todos .
Para mayor abundancia: el relevamiento toma precios de servicios y bienes consumidos dentro y fuera de los hogares, incluidos restaurantes y bares, y los negocios consultados son siempre los mismos, de modo que las comparaciones sean homogéneas. Una cosa bien distinta es cómo el INDEC procesa toda esta información.
Más clarita resulta, en cambio, la referencia de Colombo a “los valores de ciertos bonos”. Alude a los títulos públicos que se ajustan por el índice de precios al consumidor y suena a obvio que si el Gobierno lo subestima, como hace, paga menos por la deuda .
Al cuestionar a las maniobras que las calificadoras de riesgo despliegan cuando analizan la economía argentina, Cristina Kirchner despachó: “Si vamos a truchar, truchemos todos”. En caso de que no haya sido un fallido, significó reconocer porqué y para qué se trucha el IPC .
Allí asoma, justamente, una de las grandes destrezas que el kirchnerismo atribuye a Guillermo Moreno. También, uno de los objetivos detrás de la intervención del INDEC, en 2007.
Consultoras privadas señalan que mediante ese procedimiento, entre ese año y 2011 el Gobierno se ha ahorrado 1.781 millones de dólares en intereses y achicó la deuda de capital en 4.974 millones. Total: US$ 6.755 millones .
El problema es que la ANSeS también cae en la volteada: el 60% de la cartera del Fondo de Sustentabilidad del sistema previsional está constituido por bonos del Estado y, de ese porcentaje, la mitad son títulos atados a la inflación, o sea, castigados por los dibujos del INDEC. Puesto en el extremo, estaría truchándose una reserva creada para garantizar los haberes de los jubilados .
Ya es bastante que una funcionaria encargada nada menos que de la defensa de los consumidores desmerezca la medición de los precios de su gobierno. Aún así, ninguno podría declararse sorprendido, porque la propia titular del instituto de estadísticas ha dicho que el cálculo de la canasta alimentaria básica “sirve para poco”.
La afirmación de Ana María Edwin permite concluir en que también valen poco las tasas de indigencia y de pobreza, determinadas en base a esa canasta. Y, de seguido, hacen agua dos indicadores que el Gobierno exalta para ponderar la mejora en la situación social . O adquieren peso los de quienes ven una película diferente, más cercana a la realidad.
Difícilmente sean éstas las “otras aplicaciones” que Colombo menciona.
En el afán por presentar todo de la mejor manera, a veces el relato oficial patina. Y en esta vez, patina por el absurdo .
Hay más aplicaciones posibles del índice de precios, todas inútiles cuando anota menos del 10% en los últimos doce meses. No vale para negociar salarios, ni es parámetro en sentencias judiciales, contratos, investigaciones sociales o cualquier proyección económica. Tanto, que internamente en el Gobierno usan otras cuentas.
Un contraste fresquito es el aumento del 25 % en el salario mínimo, aunque no tiene el mismo poder de compra un 25 % de arranque que ese porcentaje partido en dos tandas. Sencillamente, porque en el trayecto la inflación las va podando.
Por lo mismo, abundan ejemplos en los que el ingreso efectivo cuenta más que la magnitud de las subas . Con las que hubo en la era K y repiquetea el oficialismo, el haber mínimo que cobra el 73% de los jubilados apenas llega a 1.880 pesos.
Nunca los índices de precios coinciden con la percepción de cada uno, pero luce razonable que al menos se parezcan a lo que registra el termómetro del bolsillo. A partir de 2007, cuando fue intervenido, el indicador del INDEC marca un incremento del 59% , contra el 194% de los institutos privados. Ni hace falta preguntar cuál se aproxima al termómetro del bolsillo y de poco sirven, finalmente, las amenazas a las consultoras.
Ninguno de esos números será reconocido por Edwin o Colombo. Desde el INDEC y Defensa del Consumidor, las dos son disciplinadas alumnas de Moreno.
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