miércoles, 1 de octubre de 2014

Nuestra política exterior ignora el mundo del siglo XXI

Debate. Fue alarmante el discurso de la Presidenta la semana pasada en la ONU. La Argentina se obstina en una radicalización adolescente, mientras desprotege los verdaderos intereses nacionales.

Nuestra política exterior ignora el mundo del siglo XXI

Nuestra política exterior ignora el mundo del siglo XXI

Si en los periplos estadounidenses de la Presidenta, Harvard fue catalogado de tragedia, la ONU debe serlo de comedia.

Alarma, en el discurso oficial, su falta de anclaje en la realidad.

Quizá sea el producto de interpretar la serie televisiva Scandal como reflejo del funcionamiento de la política en los EE.UU. o House of Cards como el tutorial para llegar a la presidencia norteamericana.

La televisión no puede ser alternativa al trasiego con la letra de la bibliografía especializada.

Pero yendo al corazón de la cuestión. Argentina, en los últimos años, exhibió muchos vicios en su política exterior.

Uno lo fue de exceso: utilizarla para la exaltación del liderazgo de turno y no para las necesidades nacionales. Otro lo fue de defecto:la falta de coherencia y de continuidad, al estilo de las democracias maduras.

Las últimas definiciones de la Presidenta en Nueva York no han venido más que a ratificar este comportamiento. No porque ellas hayan sido novedosas en sus líneas maestras sino por ser las más radicales, en contenido y estilo, que se le hayan conocido.

Desde las relaciones carnales con los EE.UU. al alineamiento con las posiciones de China y Rusia y la elegía del acuerdo unilateral con Irán, el país ha recorrido un corto trecho en términos históricos.

Es el que va de la sumisión a ofrecer, y dar, más de lo que la contraparte pide, al de la rebeldía adolescente, que confronta,casi por ejercicio, hasta que el límite se lo imponga el externo, en este caso el mundo. Pero en ambos supuestos existe una coincidencia notable: la relación con el otro, los EE.UU., no es un dato más sino el hecho central que ha definido la política exterior, en vez de serlo las necesidades propias o sea las de la Nación Argentina. Si a esta suerte de esquizofrenia sumamos los ineludibles cambios que la próxima administración deberá introducir, no debemos asombrarnos ante el fastidio, el desinterés o el aburrimiento que a la comunidad internacional le genera el caso argentino.

No podemos seguir dándonos ese lujo. Como en la economía deberemos pagar la fiesta de los últimos años, lo mismo ocurrirá con la política exterior. Sería importante no seguir abultando la cuenta. Alguna vez deberíamos intentar pensar que los tiempos biológicos (la duración de los mandatos políticos) son distintos a los históricos (la vida de una Nación).

Concederemos que el mundo en el que le toca desenvolverse a este gobierno no es para nada sencillo. Dos figuras situadas en las antípodas han dado declaraciones complementarias. Madeleine Albright dijo “el mundo es un real lío”. Vladimir Putin expresó que la caída de la URSS había sido un drama del siglo XX para la humanidad. Creemos que parte de ese “lío” es consecuencia de ese “desastre”.

El mundo de la segunda posguerra conoció dos etapas con claras certidumbres. En la primera, desde 1945 hasta el fin del llamado socialismo real, la competencia acarreaba reglas de juego y zonas de influencia casi inmutables La segunda, desde 1989 hasta la invasión de Irak y la caída de Lehman Brothers, la hegemonía indisputada de los EE.UU. aupaba democracia liberal y economía de mercado. A partir de allí se inauguró una nueva etapa que constituye una incógnita.

Presidida por cambios científicos y tecnológicos, que parecen no tener más limites que los de la imaginación, no sólo se modifica el mundo de la producción sino también las formas de organización social, las relaciones interpersonales, la cultura, las formas de la política; redefinirá a ganadores y perdedores en el ajedrez social, etc.

A esto agreguemos que el hecho mismo de las integridades nacionales, como las conocemos hoy, van a reformatearse por separatismos y autonomismos.

Un mundo más complejo, con nuevos polos de poder emergente, fragmentado y con actores multiplicados.

La incomprensión de este fenómeno nos lleva inexorablemente a nuestra realidad: estar atrapados en la discusión de la agenda del siglo XX y cerrándonos el paso a la fascinante aventura que nos propone el transcurso del sigl o XXI. Un país mediano, y en declive, como Argentina no puede dilapidar recursos y tiempo en teatralizar fantasías de liderazgo. Mucho menos cuando se asientan en el rosario de patetismos exhibidos el miércoles pasado en Nueva York. Seguramente le cabría mejor el rol, más austero y modesto, deamigable buscador de oportunidades internacionales para solucionar temas menos épicos pero más necesarios para nuestros sufridos conciudadanos como las inversiones productivas que generen más y mejor empleo, la lucha contra la inseguridad, la droga y el crimen transnacional, la elevación de los niveles educativos, el mejoramiento de la calidad institucional, la lucha contra la corrupción, la inserción en los nichos de alta tecnología.

Desafortunadamente tenemos que hacernos a la idea de que los tiempos hasta el 10 de diciembre del año próximo son tiempos perdidos para esta empresa. Lo que queda es rogar porque el daño que se le infiera al país sea el menor posible.

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