miércoles, 24 de junio de 2015

La cumbre del G7 y qué hacer con Rusia

Debate.Mariano Caucino

En la reciente cumbre del G7 en Alemania el protagonismo lo robó el país que no estuvo presente: Rusia. Excluida del G8 como consecuencia de la crisis en Ucrania, el gigante presidido por Vladimir Putin se ha convertido en un incómodo “elefante blanco” ante el cual los líderes occidentales parecen no saber cómo actuar.
Los hechos, sin embargo, permiten reflexionar sobre las políticas de largo plazo. En 1990 el entonces secretario de Estado James Baker prometió al último líder soviético, Mikhail Gorbachov, que una Alemania unificada no significaría una extensión de la OTAN en los territorios de los países ex miembros del Pacto de Varsovia -y mucho menos en el de las ex repúblicas soviéticas-. Sin embargo, los hechos posteriores confirmaron que se trató -una vez más- de “promesas incumplidas”.
La expansión de la alianza atlántica a lo largo de los años 90 y 2000 no podía sino suponer una provocación para el Kremlin. Resulta asombroso que los liderazgos occidentales hayan olvidado los patrones de comportamiento de la dirigencia rusa, desde los tiempos de los zares, pasando por los setenta años de totalitarismo comunista. Las “revoluciones de colores” de mediados de la década pasada en Ucrania y otras ex repúblicas soviéticas y la pretensión de incorporar a la Unión Europea a varios de estos estados con el fin de debilitar los intereses de Moscú en su inmediato exterior arruinaron las políticas de cooperación entre Rusia y Occidente y generaron un clima de enfrentamiento creciente. Una Rusia débil por la disolución de su imperio asistió a esta humillación. Pero más tarde llegó el super boom de los commodities y un nuevo liderazgo, encabezado esta vez por un líder vigoroso buscó volver a poner a Rusia en la primera línea de los acontecimientos globales, de acuerdo con el estatus de gran potencia que su inmensa geografía, sus extensas reservas energéticas, su poder de veto en el Consejo de Seguridad y su arsenal nuclear confieren.
Ya en 1991 el ex presidente Richard Nixon advirtió al entonces titular de la Casa Blanca George W. H. Bush que “Washington debe recordar que Rusia es heredera de una tradición de orgullo y heroísmo y que el colapso de la Unión Soviética fue un golpe devastador para su orgullo nacional. La administración debe dejar claro en palabras y hechos que considera a Rusia un socio adecuado en los asuntos mundiales, con legítimos intereses respecto a su seguridad..” Desgraciadamente, sus palabras no fueron escuchadas. Occidente creyó erróneamente que la caída del Muro de Berlín y la disolución del imperio soviético abrirían el camino a una avenida que conduciría al mundo entero a la democracia universal y el capitalismo moderno. Algunos soñaron entonces con “el fin de la historia” y se entregaron a un optimismo ilimitado sin tener en cuenta la realidad de los hechos, verdaderos tiranos de la historia.
La experiencia indica que en el largo plazo los valores occidentales de respeto a los derechos humanos, economía abierta y gobierno limitado están mejor resguardados por liderazgos políticos que tienen en cuenta el mundo tal como es y no como quisiéramos que fuera y que actúan buscando proteger esos principios a través del ejercicio paciente y mesurado del realismo político.

Mariano Caucino es profesor de política exterior y colaborador de la Fundación DAR. Autor del libro "Rusia, actor global".

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