martes, 26 de noviembre de 2013

La invisible cotidianidad

Es día 31 y aun no he podido apreciar las bellas y floridas imágenes de las fiestas, me dije con algo de ironía... Saldré a caminar y veré como sobrevive el espíritu navideño en las calles.

A solo cincuenta metros veo una mujer, casi niña, con sus ojos reflejando toda la tristeza interior, sin fe, sin esperanzas, buscando el suelo en lugar del cielo, ojos vacíos llenos de dolor, podría ser cualquier chica enamorada viviendo un desengaño, si no fuera porque se encontraba acompañando a un muchacho que tiraba de un carro cargado de cartones, ella era la encargada de la búsqueda y selección del material.

Sigo caminando y una mano delgada y sucia se extiende pidiendo mi bondad, todo lo socialmente aprendido logra que mi vista se espante por la falta de higiene antes que por la criatura que dormía sobre el brazo desnudo; en el piso contemplé una figura maltrecha que debería ser un símbolo. Esta imagen provoca dentro de mí una lucha entre sentimientos e ideas aprendidas, que me hace sentir molesto por no saber copiar la conducta de los que simplemente pasan y sueltan una moneda acallando su culpa.

Consciente de que no sería un día común me dije, ya sé, seguiré la ruta que hoy me muestra lo que la rutina diaria suele ocultar a mis sentimientos.

Quince son las cuadras que suelo recorrer hasta mi sitio preferido para desayunar, ya estaba en la cuarta y aparece el siguiente cuadro, una iglesia con laterales que provocan una cavidad y dentro de esta un par de colchones con el mismo sello de identidad, la mugre. Durmiendo o fugándose de lo que los rodea se encuentran tres personas entrelazadas, siento una repentina ansiedad por saber cómo será el día que les espera y cual habrá sido la cruel situación que los llevo a ser los sin hogar, los fantasmas visibles que se esquivan con algo de asco, piedad y miedo.

Cien metros después dos niños y una niña, en condiciones precarias, me ofrecen flores y tarjetas que resaltan la alegría y la bondad de las fiestas paganas, a esta altura del viaje ya había olvidado los discursos sobre las inconveniencias de la limosna, a que hacen mención mis amados filósofos y escritores, así que les compré algo para luego dedicarme a observarlos pensando en mis días infantiles y mis juegos, es jodido comparar. Entonces me pregunté, tendrán padres, se ocupará alguien de ellos, o solo son mano de obra sin futuro, carne de orfanatos y prisiones, tendrán alguien que les de cariño; no, no lo creo, la mugre es señal de abandono, nunca de cariño.

Ya estaba en mi sexta calle cuando escucho a dos pibas de no más de veintitantos años, - Mira boluda vos crees que sos muy viva pero si yo no llevo quinientos mangos me caga a patadas y no me rompe los dientes porque para él soy una merca que si está rota no sirve, y la amiga le responde - Nena, la boluda sos vos, hay que jugar a dos puntas, La amiga la miró de soslayo y le pregunto – Y eso que significa… - Fácil, tenés que tener dos machos sin que se enteren, uno que sea tu 840 y otro que sea tu novio, tenemos que aprender de las casadas que tienen su marido y su amante para soportar la situación sin sentirte una mierda.

Fue en ese momento que percibieron mi presencia y si bien yo me sentí molesto ellas ni se dieron por enteradas de mi intromisión, se limitaron a darme un volante pequeño donde promocionaban citas sexuales. Motivado por el lema que circula por las redes sociales y que dice “Sin clientes no hay trata” les hice una proposición. Miren chicas, les ofrezco pagarles por su tiempo si ustedes me ayudan a aclarar una duda, el miedo instintivo les hizo decir casi a coro – Nada de nombres ni datos particulares y nos pagás a las dos por separado, porque al final se trata de un servicio- Muy bien, les contesté, díganme como hacen para llevar esta vida sin que sus familias se enteren, las dos pibas empezaron a cagarse de risa y una contestó - Pero no, estás equivocado, algunos se hacen los boludos porque les conviene, pero todos saben muy bien lo que hacemos, nosotras trabajamos de asistentes sociales, aunque la gente nos llame putas. Me fui pensando que para terminar con la trata no solo habría que terminar con los clientes, que hacemos con la educación, las necesidades y la hipocresía.

Siguiendo el camino fui encontrando escenas cotidianas que han dejado de ser invisibles pero siguen siendo marginales, en una esquina, un grupo bailando tangos y un músico que alegran a turistas y caminantes, más adelante algunos vendedores con improvisados estantes en las calles y veredas, y por último los molestos cuida coches y limpia parabrisas,. En el trasfondo estas actividades siguen dependiendo de la bondad para mantener su subsistencia y no solo por el dinero, sino también por detalles cotidianos como el agua caliente para el mate o un baño, que les recuerdan su condición de callejeros.

Todo lo observado me mostró la moral de doble discurso de la sociedad moderna, más sucia que los abandonados del destino que vi en mi recorrido, una mugre que no puede eliminarse con jabones ni suavizarse con perfumes y cremas.

Buscando hacer una catarsis me senté un momento entre Olmedo y Portales, y las estrofas sobre el cambalache irrespetuoso de la vida de Discepolín sonaban acompañadas por las imágenes del Amarcord de Fellini y el Blowup de Antonioni, con el estribillo final… ¡Dale, nomás...! :¡Dale, que va...! :¡Que allá en el Horno :nos vamo’a encontrar...! Abrí los ojos, me levante, y seguí mi camino sin prestarle atención a los pungas, arrebatadores y traficantes que hacían su noche.

Ya en mi mesa y anestesiado por un ambiente de lujo protegido, pido mi café con leche y leo un periódico que me vende las noticias y las ideas apropiadas para estos días festivos.

Como antídoto contra tanta hipocresía, mentira y estupidez institucionalizada pienso sobre gente que conozco. Personas que viven y duermen tranquilas porque tienen bien aprendido el libreto que rige sus vidas, la ley del más apto o más fuerte, las leyes del mercado y las confesiones religiosas que limpian sus pecados. Sus limosnas los disculpan de su ceguera y su humanidad traicionada, y se encargan de que las ayudas que un gobernante da a los necesitados sean vistas como actos de demagogia y a los que las reciben como vagos. Creo que es por todo esto que a mi edad, la diferencia entre conocidos y amigos debe ser muy clara y se hace desesperadamente necesaria,

Y por último, terminado mi desayuno me toca desandar el trayecto, volver al mundo de los que se bañan, se perfuman, comen, se distraen, se quejan de su suerte y duermen. Sin embargo, tumbado en mi cama pienso… todo esto será verdad, pero fueron solo palabras… mañana será otro Año Nuevo y yo sigo sin servir como ayuda o ejemplo…

Raúl García Samartín

08-10-2013

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