Una sociedad media escasa de kirchnerismo
Disparador
Por Marcelo A.Moreno
Ya está comenzando a pasar lo que con Menem: a pesar de que el kirchnerismo sacó el 49% de los votos cada vez más cuesta encontrar a alguien que lo haya votado. ¿Será amnesia lo que padece parte de nuestra sociedad?La fuga de los políticos peronistas desde el hiperkirchnerismo hacia la ortodoxia justicialista resulta notable no sólo por lo repentina sino por lo escasamente pudorosa.
No sólo gente como Bossio, tan pegado en su momento a La Cámpora, sino hasta el mismo Pichetto, un abanderado del “crecimiento con inclusión social” –que no era ni una cosa ni la otra sino una pomposidad que encubría el saqueo del Estado– y la primera espada del cristinismo en el Senado, el ex gobernador Gioja, que pasó del entusiasmo por Néstor al de Cristina, todos parecen ir olvidando a velocidad ultrasónica al Frente para la Victoria y se la pasan hablando de puro peronismo.
Y lo que ha cambiado, también, es el discurso. Fuera de en boca de los que ya están muy jugados y/o próximos a Tribunales, estilo Boudou, Bonafini, Víctor Hugo Morales, Sabbatella o Luis D’ Elía, ni a Schocklender se le oye la insistencia sobre los logros rutilantes de la década ganada. Ya no insultan ni a Nisman.
El discurso K parece haberse olvidado de todo patriótico logro del Eternauta y su esposa y se centra en predicar el Apocalipsis que desatará Macri. Inflación desenfrenada, pobreza a mansalva, caída de salario, crisis energética auguran como si todo eso no ocurriera ahora de golpe y no fueran fruto de los denodados éxitos de Kicillof y sus antecesores.
Ya habían anunciado que el fin del cepo cambiario iba a derramar las peores catástrofes. Pero no ocurrió nada. Ahora le toca el turno al pago de la deuda –porque lo del desendeudamiento era una jodita– con los buitres, al aumento de tarifas o las paritarias. Esos movimientos, profetizan, desatarán tsunamis.
Pero nada ejemplifica mejor estos cambios como algunas conductas ejemplares. Una gigantografía de Soledad Pastorutti presidió mucho tiempo el frente del edificio de la TV Pública puramente K. Hace poco se conoció que cobró 1.118.040 pesos por 22 programas que realizó para ese canal. Su desmentida, que la hubo, fue particularmente imprecisa. Pero en un reportaje que le dio en enero a “Clarín” se jugó y habló de política: “Para mí nadie hace todas las cosas bien, ni todas las cosas mal. Siento que vivimos en una sociedad que necesita madurar el tema de no intentar que el otro piense igual a mí. (…) La verdad, soy una persona que cambia de opinión. Está bien cambiar, así como cambié como cantante.” ¡Y vaya si ha cambiado!
Más asombroso aún que este viraje es el de Estela de Carlotto. Preguntada hace poco si había hablado por teléfono con la ex presidenta últimamente, afirmó que “con Cristina no hablé porque ella no es mi amiga, ni yo tengo relación con ella más que la circunstancial del respeto por una persona que ha sido una militante como mi hija”. Ahora, si no era amiga ¿qué hacía en función de florero en cada cadena nacional que nos infligía la ex mandataria, hasta para inaugurar a distancia una fábrica de chacinados en algún remoto rincón de la Patria? ¿Y esos reiterados besos y abrazos que se prodigaban en cada ocasión en que se veían eran sólo una rara muestra del respeto debido?
La verdad, me quedo con Fito Páez y su asco, que ya se ha acrecentado del que le producían más la mitad de los porteños a más de la mitad de los argentinos. Y que canta por las plazas contra un gobierno que lleva dos meses en nombre de una revolución inacabada.
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