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- 13/02/15
Panorama internacional
Los beneficios del comercio con China abren la polémica sobre si se repite con este imperio la vieja controversia sobre el lugasr de primarización económica de Latinoamérica.
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La atracción casi sin límites que China ejerce en algunas naciones de América Latina como Argentina, Venezuela o Ecuador, es una curiosa marca de la actual etapa. Es razonable que el poderío económico del gigante asiático constituya uno de los objetivos estratégicos de una región que ha explicado gran parte del auge de la última década en la demanda comercial de Beijing. El problema es cuando ese criterio estratégico deviene en un formato apurado por las circunstancias, que el mismo autodenominado progresismo que lo alienta denunciaría como entreguista si fueran otros los protagonistas.
La relación con China requeriría ciertos cuidados debido a que el ímpetu pragmático de la segunda potencia global combina en el beneficio del intercambio comercial una amenaza concreta para el sistema industrial de los países donde aterriza. La presión a la primarización es un efecto claro de ese proceso. Ian Bremmer, el responsables de la influyente consultora Eurasia Group recordaba hace un par de años a un entusiasta funcionario de Nigeria, la potencia petrolera africana, que explicaba que Beijing es un socio mucho más provechoso que EE.UU. y Europa porque “firman cheques, y tienen voluntad de venir y construir infraestructuras”. Pero, al mismo tiempo, el Banco Central de ese país se despachaba con un discurso de queja que parecía de otras épocas y otros espacios: “China toma nuestros bienes primarios y nos vende manufacturas. Eso es la esencia del colonialismo ... Es un nuevo imperialismo”.
Ni tanto ni tan poco, pero es cierto que las asimetrías son inocultables. Los cambios que ha venido imponiendo México, por ejemplo, segunda economía latinoamericana, que ha desarmado monopolios internos busca modernizar su perfil productivo para aminorar el aluvión de productos chinos que incluye componentes industriales. En este dilema entre necesidades y costos hay una serie de datos clave. Es claro que la ofensiva china en estas comarcas fomenta por demanda la producción de bienes primarios. Brasil multiplicó por cuatro su area sojera para abastecer el apetito de su gigantesco socio asiático.
El propio Bremmer comenta que “el quid pro quo” del gigante, es decir el algo por algo en el intercambio “incluye gran cantidad de contenidos chinos y de trabajadores que ellos envían, lo que perjudica al empleo local. Y por cierto, la disponibilidad de productos primarios para ser exportados a China”.
Lo que emerge es una nueva división internacional del trabajo al estilo del diseño que afloraba a comienzos del siglo pasado cuando era Gran Bretaña la potencia reinante. Pero este encuadre puede tener también ecos no tan lejanos como el Consenso de Washington que irritó al subcontinente en los albores de la década del ‘90 por el lugar dependiente y pastoril que se le asignaba en el reparto mundial.
Bremmer no es un crítico de la expansión china. Sí advierte que Beijing busca lo que desea de cualquier modo que pueda negociarlo, sin prejuicios ni pruritos, ni discutiendo la moral, desvíos, violaciones de quien tenga por delante o los eventuales costos sociales de la operación. África creció en la última década como nunca antes debido a la fuerte inversión de Beijing, pero ese fenómeno modificó escasamente la situación objetiva de sus poblaciones.
La producción manufactura con valor agregado y los servicios son la llave del crecimiento y la prosperidad que es por donde ha caminado con seguridad China. Ningún imperio suele ser amable a la hora de defender sus intereses, y el asiático precisamente no esta exportando aquellas virtudes entre sus socios.
Si bien desde 2004 el intercambio entre América Latina y Asia tuvo un impulso geométrico, el fenómeno se aminoró en los últimos años debido a la pérdida de dinamismo de la economía China que se combinó con la caída del precio de los commodities. Esa novedad elevó dos preocupaciones en el subcontinente americano, según la mirada de The Economist: “la región se ha confiado demasiado nuevamente en las exportaciones primarias y, como antes, sucumbió a la maldición de los recursos naturales”.
Por ahí marcha la preocupación del empresariado local, especialmente si la ofensiva china carece de condiciones. Kevin Gallagher, coautor de The Dragon in the Room, China and the future of Latin American industrialization, sostiene que “en términos de competitividad China esta desplazando a América Latina en el mundo de las manufacturas y de los servicios”. Si bien en 1980 el gigante asiático no era una amenaza grave, en 2009 las manufacturas chinas se convirtieron en las más competitivas del mundo. “Argentina, Brasil y México son los únicas naciones latinoamericanos con una significativa cuota de exportación mundial y los tres deberán luchar para mantener competitividad”, advierte.
No es casual que los industriales de estas playas se retuerzan por lo que les suena como un riesgo imparable de pérdida de mercado. En la década pasada, 92% de las exportaciones de manufacturas latinoamericanas --40% de las ventas totales--, estaban desafiadas por China. El caso de México es paradigmático dice este experto. Cuando el país ingresó al Nafta logró una mejora al abrir el mercado norteamericano. Pero “todo cambió cuando Beijing entró en la Organización Mundial de Comercio. Ahora muchas de las principales exportaciones industriales mexicanas penden de un hilo, entre ellas textiles y vestimenta elaborada”, sostiene.
Consenso de Washington o granero del Asia, esta contradicción recuerda también la controversia por el ALCA, el acuerdo de libre comercio para las Américas creado por Bill Clinton y que George Bush buscó imponer en el hemisferio. Justamente el libre comercio es uno de los paradigmas en el discurso oficial chino. Vale recordar que pese a la insistencia del relato, el ALCA no colapsó por la ofensiva de Hugo Chávez, Néstor Kirchner o Diego Maradona en aquella legendaria cumbre de Mar del Plata de 2005. Más prosaico, fue el empresariado de Brasil, que codirigía la iniciativa con EE.UU., el que lo detonó por las asimetrías que Washington proponía en beneficio de sus industrias respecto a las del sur. Sin mirar tanto hacia atrás, los líderes latinoamericanos justifican esta novedosa xenofilia usando incluso la coartada ideológica de un maoismo perimido y que ninguna relación tiene con el presente del gigante asiático. Amables y sonrientes los chinos agradecen. Y se abrazan confiados y en silencio a la proclama de Deng Xiaoping, padre de la reforma china: “enriquecerse es glorioso”.
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