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- 04/04/15
Del editor al lector
“Dicen que manipulamos la información como si ellos tuvieran la verdad”, decía el jueves el ministro de Educación desde Usuahia, en diálogo con Radio Nacional, a raíz de una nota de Clarín en la que expertos pusieron en duda la calidad de las estadísticas oficiales en materia educativa.
Alberto Sileoni, como era de esperar de un funcionario kirchnerista, se limitó a desmentir y a cuestionar a Clarín, y no a las evidencias que los expertos plantearon en la nota.
Uno de esos datos es clave: desde 2010 disminuyó la frecuencia en las evaluaciones nacionales de los alumnos; en 1993 eran anuales y ahora se hacen cada tres años, aseguraron los expertos.
En los vecinos Brasil y Chile, y también en Colombia, hay pruebas todos los años, pero para el gobierno la “periodicidad es materia opinable”. Abrió así la puerta a varios debates y a una certeza.
Un debate que parece ocioso en los tiempos de Internet cuando la información viaja en tiempo real. Los alumnos argentinos son evaluados en períodos más largos y los resultados se publican con demora.
La certeza está concentrada en el concepto “opinable” de las estadísticas oficiales, en este caso referidas a la educación pero que se extiende a los datos sobre el nivel de la inflación, el crecimiento, el nivel de las inversiones, el precio del dólar, etc. Todos los indicadores que debieran ser precisos y certeros resultan discutibles.
El hecho más elocuente y revelador de esa realidad lo constituyó el papelón del ministro de Economía reconociendo no saber cuál es el número de personas pobres que hay en el país. Y lo redobló el jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, al decir que no es función del Gobierno medir la cantidad de personas que viven debajo de la línea de la pobreza.
Sin datos clave sobre la situación económica y social de un país, un hacedor de política navega a ciegas. O avanza, como el Gobierno, en el intento de tratar de imponer que la realidad es la que él mismo dice y que hasta el álgebra es opinable.
La manipulación de las estadísticas oficiales será una de las herencias más pesadas que recibirá el futuro gobierno.
Ya intentó decir que la inflación era de 10%, cuando flameaba en 25 por ciento anual, que la economía seguía creciendo como en los lejanos tiempos de las “tasas chinas” y que el desempleo no deja de bajar.
Que se hayan “tocado” tanto los indicadores oficiales, al punto que Kicillof no se anime a decir cuántos son los pobres, saca a la luz una vergüenza y un problema serio para un país que intente ser considerado como tal.
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