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- 22/12/14
Las reformas en la Santa Sede.
Fue ante cardenales y prelados de la curia romana. El Papa criticó la rivalidad, los chismes, las calumnias, las luchas de poder entre quienes gobiernan la institución.
Crítica. El Papa exhortó a los prelados a que el Espíritu Santo "guíe sus acciones". AP
- Julio Algañaraz
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Vaticano, corresponsal
El Papa argentino invitó ayer a la Curia Romana –el gobierno central de la Iglesia y su principal objetivo para limpiar a fondo la institución– a un profundo examen de conciencia, en lo que pareció una paliza espiritual que los cardenales y altos prelados reunidos en la Sala Clementina recibieron con la debida sorpresa por el baldazo de agua helada. En los saludos finales de lo que algunos calificaron con ironía “una misa de cuerpo presente” se notaba la tensión pese a las sonrisas. Jorge Bergoglio enumeró las 15 enfermedades que a su juicio acechan a la Iglesia y, en especial, a la Curia romana.
Las enumeró, mientras los cardenales lo escuchaban asombrados. El “Alzheimer espiritual”, “la mundanidad y el exhibicionismo”, “la vanagloria”, la persistencia de un clima de chismes, “el sentirse inmortal”, entre otras. “Una Curia que no hace autocrítica, que no se actualiza y no intenta mejorar es un cuerpo enfermo”, dijo Francisco, que invitó a los presentes a visitar los cementerios, plenos de inquilinos con nombres de tantas personas “que se creían inmortales, inmunes e indispensables”.
El Papa no hizo nombres pero señaló que “esto deriva de la patología del poder, del complejo de sentirse un elegido y del narcisismo”. A algunos les pareció ver el fantasma del cardenal Tarcisio Bertone, que hegemonizó la Curia Romana durante el pontificado de Benedicto XVI. Hace dos días perdió el cargo de camarlengo de la Iglesia, que se encarga del interinato de gestión desde que muere o renuncia un Papa hasta que el Cónclave elige a su sucesor. El cardenal debió ser destornillado de los muchos lugares estratégicos del poder que controlaba, incluído el IOR, el banco del Papa.
En medio de un silencio de tumba que contrastaba con los brillos de la Sala Clementina, decorada con los oros de las Américas saqueados por el imperio español, el Papa desgranó una a una las enfermedades. Empezó por el “Alzehimer espiritual”, es decir,–explicó– “una declinación progresiva de las facultades espirituales, que causa grave handicap a las personas haciéndolas vivir en un estado de absoluta dependencia de sus puntos de vista con frecuencia imaginarios”.
También citó la enfermedad de sentirse “inmortal o indispensable”. Dijo: “Una Curia que no hace autocrítica y trata de mejorar es un cuerpo enfermo.” Es la enfermedad “de los que se transforman en patrones y se sienten superiores a todos y no al servicio de todos”. Padecen el complejo del narcisismo, se creen “los electos”.
También criticó la “excesiva operosidad”, o sea, el estado de quienes “se sumergen en el trabajo dejando la parte mejor: sentarse a los pies de Jesús, que decía que no reposar lleva a la agitación y al estrés”. Francisco citó además la enfermedad de “la excesiva planificación y la mala coordinación” y aquella que llamó “la esquizofrenia existencial” padecida por quienes “viven una doble vida, fruto de la hipocresía típica del mediocre y del progresivo vacío espiritual, que licenciaturas y títulos académicos no pueden colmar”. “Abandonan el servicio pastoral y se limitan a las cosas burocráticas, perdiendo así el contacto con la realidad.”
Francisco también criticó las enfermedades de la rivalidad y la vanagloria, de los chismes y de divinizar a los jefes. “Los chismes se hacen dueños de las personas, que devienen seminadores de cizaña, como Satanás y en ocasiones homicidas a sangre frío de la fama de los colegas. Esta es una enfermedad de los cobardes. Evitemos el terrorismo de los chismes”.
Francisco siguió pasando lista a las 15 patologías que a su juicio afectan la Curia. Por lo visto, no cree que las cosas hayan cambiado a fondo, como esperaba hace 21 meses al asumir el pontificado.
Entre los carraspeos de los cardenales, citó por ejemplo “la indiferencia hacia los demas” y también habló de “la enfermedad de la cara fúnebre”, propia de quienes tienen pintado “el rostro de la melancolía y de la severidad al tratar con los otros, sobre todo aquellos considerados inferiores”. Bergoglio pidió “un sano humorismo” en lugar de “la severidad teatral y el pesimismo estéril, que son casi siempre síntomas de miedo e inseguridad”.
Las críticas se extendieron a los que padecen “la enfermedad de acumular bienes materiales”. Atacó además “los círculos cerrados”, los “grupitos” y “lobbies”. Este fue uno de los garrotazos más directo contra las facciones que bajo Benedicto XVI se combatieron entre sí y causaron un daño desastroso al prestigio de la Iglesia.
El Papa pidió perdón por sus errores, pero fueron tantas y tan penetrante la enumeración de las patologías del gobierno central y de la misma Iglesia que su discurso será recordado como la crítica más dura que ha recibido la Curia Romana en muchos decenios.
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- 23/12/14
¿Hasta dónde podrá llegar con los cambios?
Inédito mensaje de Navidad en San Pedro
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Cuando en la sociedad se habla de cambios en la Iglesia –en el sentido de “modernización”– suele vinculárselo con la instauración del celibato optativo o el sacerdocio femenino, por citar dos cuestiones. Sin embargo, para los cardenales de todo el mundo que debatieron la situación de la Iglesia tras la histórica renuncia de Benedicto XVI y en las vísperas de la elección de su sucesor, los “cambios” pasan por otro lado: por una revitalización de su accionar religioso, que es lo importante, y por una reforma de la curia romana, o sea, por un ajuste del desempeño de los funcionarios del Vaticano, que es lo urgente. La urgencia de reformar la curia no sólo estructuralmente, sino sobre todo en cuanto al comportamiento de no pocos de sus miembros, quedó a la vista en los últimos años del papado de Benedicto XVI cuando salieron a la luz pujas de poder, filtración de documentos reservados, algunos robados del propio escritorio del pontífice, sospechas de corrupción y falta de transparencia del banco vaticano. Era un combo explosivo que terminó de convencer a Joseph Ratzinger de que debía renunciar y darle paso a un Papa con más energía y pericia para afrontar tanto desaguisado. En ese marco se produjo la irrupción de Francisco que, con sus gestos de austeridad, sencillez y apertura, logró rápidamente renovar el aire de la Iglesia en el mundo. Pero a la par que intentaba avanzar en una revitalización de su accionar religioso, empezaba a delinear con un grupo de cardenales reformas en el organigrama vaticano, sin olvidar que el mayor problema está en los comportamientos: en ciertos funcionarios que no quieren perder su poder y su vida acomodada, y que se sienten superiores a los laicos. Las resistencias a los cambios en las actitudes que comenzó a impulsar Francisco (desde aquella famosa frase “cómo anhelo una Iglesia pobre para los pobres”) se fueron haciendo cada vez más evidentes. Ayer, Francisco decidió doblar la apuesta en el tradicional mensaje de Navidad a los miembros de la curia: de modo descarnado enumeró todo lo que no debe pasar más en el Vaticano. No son pocos los observadores que creen que ningún Papa puede hoy por hoy cambiar mucho los hábitos en los palacios vaticanos. Francisco deberá revalidar la consideración de que tiene una gran cabeza política. ¿Hasta dónde podrá llegar?
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