Claudio Mario Aliscioni
caliscioni@clarin.com
Hay una tendencia en el análisis a considerar que la intransigencia alemana con Grecia se basa en un criterio moral. Ayuda en eso la propia lengua: cuando los alemanes piensan en “deuda” (Schuld), la palabra les devuelve su otro significado, el de “culpa”. La etimología, que oculta hondos sedimentos psicológicos, propugna así que el deudor deba ser castigado. Pero si se levanta la mirada del piso se verá enseguida que la brutalidad tedesca en la resolución de la crisis encarna en verdad una disputa de poder en el interior de Europa y la imposición de una estrategia que amenaza con dinamitar el proyecto comunitario europeo.
Semanas atrás, el interés de los bancos –en especial, los alemanes– era citado razonablemente como la causa esencial de las disputas y de la férrea negativa de Angela Merkel a aliviar sus exigencias a Atenas. Pero el estamento financiero europeo hace rato que se desembarazó de sus acreencias griegas: entre 2011 y 2015, su exposición en la tenencia de deuda se redujo del 41 al 5%. El lunes, incluso, era el propio presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi –un ex Goldman Sachs– el que le pedía a la canciller alemana que aliviara la presión de la soga sobre el cuello del premier Tsipras.
En verdad, el empecinamiento de Berlín introduce una ruptura historica en el bloque, al par que denuncia en sí el enorme fracaso de la solidaridad europea. Olvidando el papel como deudora de Alemania tras las guerras mundiales y la imagen autoritaria que es su lastre, Merkel y la clase política que la acompaña han impuesto un modelo disciplinario en la eurozona para espantar imitadores de Atenas, aun al costo de arrasar con la alianza trabajosa mantenida con Francia, que en la actual disputa aportaba la cuota de equilibrio. Esta repentina afirmación de poder es algo no visto hasta ahora con tanta contundencia. El momento de quiebre fue bien marcado por Matteo Renzi: “Humillar así a un socio es impensable. Demasiado es demasiado”, le dijo a Merkel. “Esto creará un conflicto profundo con París”, advirtió Jean Asselborn al Süddeustche Zeitung. Pero nadie oyó al premier italiano ni al canciller luxemburgués. La estrategia que puso en escena la crisis griega está en línea con la idea política proyectada desde hace años por la derecha conservadora alemana, que siempre miró con recelo el idealismo conciliador del ex canciller Helmut Kohl, clave en la construcción europea junto al francés François Miterrand.
Por lo pronto, días negros se asoman en Grecia para la alianza del premier Tsipras. Su derrota en Bruselas abre una crisis política de incalculables consecuencias. Todo ocurrirá en un país que se percibe humillado. El fantasma del yihadismo terrorista del ISIS y la crisis humanitaria que empuja sobre las costas griegas con desplazados de Africa son apenas el anticipo de un escenario de pesadilla.
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