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- 19/06/15
Furia y angustia en la ciudad de Italia convertida en campamento de los sin papeles
El drama de la inmigración en Europa.
Más de 200 inigrantes esperan en Ventimiglia, en la frontera con Francia, que les bloquea el paso. Mirá la Fotogalería en HD
Ventimiglia, la ciudad italiana que se convirtió en campamento para los “sin papeles” (Cezaro De Luca)
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“¿Usted tiene auto? Porque si tiene auto me puede ayudar. Por favor, ayúdeme. Lléveme a París”, me pide Tesg, eritrea, 25 años, cuando se da cuenta de que acabo de descubrir su gesto de coquetería mínima. Ponerse brillo en los labios y crema en las manos la rescata del entorno de este depósito sin ventanas donde mora junto a más de doscientos inmigrantes clandestinos a quienes Francia les niega el ingreso desde hace una semana: gente acostada sobre frazadas en el piso, entre platos de plástico con restos de risotto y bolsas de ropa donada donde las mujeres, todas muy jóvenes, revuelven buscando talle para ellas o sus hijitos. En esta antigua aduana del ferrocarril de Ventimiglia, la última ciudad italiana antes de la frontera con Francia, se respira a encierro y a sudor.
Ayer Francia continuó endureciendo el bloqueo a los “sin papeles” y hubo un entredicho entre gendarmes franceses y policías italianos por tres adolescentes de 15 y 17 años que Francia acercó en combi hasta la frontera con la intención de hacerlos pasar a Italia. “Son menores, legalmente no podemos admitirlos. Si vienen con sus padres, los aceptamos. Solos, no. Son niños. Lo siento en el alma pero esto no se hace con los chicos, por favor. Soy padre y seguro que ustedes también tienen hijos”, les gritaba en la cara a los gendarmes franceses, en italiano, uno de los policías, vestido de civil. Según el informe anual Tendencias Globales que el Alto Comisionado de la ONU para los refugiados, ACNUR, dio a conocer el jueves, más de la mitad de la población refugiada en el mundo son menores.
El informe señala que el año pasado 59,5 millones de personas se vieron forzadas a dejar sus hogares. En 2013 habían sido 51,2 millones y, hace una década, 37,5 millones.
“Están trayendo inmigrantes desde París, de Lyon, que ni siquiera han pasado por Italia. Están aprovechando para limpiar Francia”, agregó el policía.
Según la oficina de estadísticas de la Comisión Europea, Eurostat, en los primeros tres meses del año hubo 185 mil pedidos de asilo, un 86% más que el año pasado en el mismo período.
Alemania lidera la lista de países más requeridos por los refugiados: recibe el 40% de los pedidos de asilo, seguido por Hungría –18%– e Italia. Ante esta crisis migratoria, Hungría anunció que levantará un muro que la separe de Serbia.
“No puede ser que sólo cinco de los 28 Estados miembros de la Comunidad Europea reciban tres cuartos de todos los refugiados”, se quejó la canciller alemana, Angela Merkel, quien pidió “más solidaridad” para enfrentar la emergencia migratoria, un tema que tensa la reunión de jefes de Estado de la Comisión Europea que se celebrará el 25 y 26 de junio.
En la audiencia del miércoles, el papa Francisco también se refirió a la tragedia que vive Ventimiglia: “Pidan todos perdón por las instituciones y las personas que les cierran sus puertas a la gente que busca ayuda. Que la comunidad internacional actúe de un modo conforme y eficaz para prevenir las causas de las migraciones forzosas”, dijo Bergoglio.
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El municipio de Ventimiglia instaló baños químicos y duchas a un costado de la estación de trenes donde los “sin papeles” usan las barandas para colgar la ropa. “Se trata de una solución temporaria para brindar a estas personas condiciones más humanas”, explicó el intendente Enrico Ioculano, un joven de 29 años que está por cumplir apenas doce meses en su cargo. “A los inmigrantes no los dejan pasar. Y los que logran cruzar la frontera son mandados de vuelta a Italia. Si supiera por dónde hacerlos pasar, se los diría”, había dicho hace unos días, desbordado por la emergencia humanitaria en su ciudad de 24.700 habitantes.
Temam, un eritreo de 21 años, pasa el tiempo en la puerta de la estación de trenes, bajo una palmera. No tiene apuro. Caminó durante tres meses por el Sahara desde Eritrea hasta Libia, donde dice que pagó 2.000 dólares para subirse a una barca junto a otras 600 personas que, tres días después, desembarcaron en Sicilia. “De aquí no nos vamos”, dice.
Tesg también llegó a Italia en una barcaza que desembarcó en Palermo y, en un año, pasó por Milán, por Roma y ahora está aquí, esperando que Francia desbloquee su frontera: “Nos tienen que dejar pasar. No me quiero quedar allí. De París voy a ir a Noruega y ya está”, dice la chica que tiene dos hijas, de 6 y de 4, que dejó en Eritrea –a cargo de un tío– donde ella trabajaba en la cosecha. Las llama cuando tiene crédito en el celular que compró por 25 euros en Milán.
“William, su nombre es William”, dice otra joven eritrea sobre su hijo de dos años. “Y yo, Helen. El papá de mi bebé está en Londres. Queremos que nos dejen pasar para encontrarnos con él.”
“No hay un censo, nadie los ha contado ni registrado pero por los platos de comida que hemos distribuido podemos decir que son unas 600 personas distribuidas aquí, en la estación, y en puente San Ludovico del paso fronterizo”, asegura una fuente de la Cruz Roja que también se ocupa de la sanidad de los “sin papeles” entre los que ya se han registrado algunos casos de sarna.
El informe de la ACNUR señala que en 2014 Italia registró 140 mil refugiados, de los cuales casi 46 mil solicitaron asilo.
El controvertido tratado de Dublín según el cual quienes piden asilo deben ser recibidos en el primer país de la Unión Europea al que llegan no favorece a Italia por estar tan expuesta a los desembarcos de inmigrantes ilegales y la máquina burocrática interna tampoco colabora: cada pedido de asilo debería ser considerado dentro de los 30 días de efectuado y, sin embargo, es analizado, en promedio, 200 días después de su presentación.
En la frontera ítalo-francesa, los inmigrantes son cada vez más. Intentan dormir durante el día para sobrellevar mejor el ayuno del Ramadán que se inició en la noche del miércoles. Ayer, la organización No Borders-Ventimiglia acercó a la escollera una computadora portátil con acceso a Internet y fuentes eléctricas para que los refugiados puedan cargar sus celulares.
Desde hace días, el francés Georges Faye circula por el puesto fronterizo con sombrero panamá, cigarro y un cartón sobre el que escribió: “Ciudadano del mundo y francés. Me siento avergonzado”.
“Se puede ser más o menos hombre según se pueda ser más o menos ciudadano, es decir que quien no es ciudadano no es enteramente un hombre. Entre el hombre y el ciudadano, una cicatriz: el extranjero. ¿Es enteramente un hombre si no es un ciudadano? –se pregunta la filósofa y psicoanalista francesa de origen búlgaro Julia Kristeva–. No gozando los derechos de ciudadanía, ¿posee sus derechos de hombre?”
Anochece en la escollera. Hace mucho calor pero el centenar de clandestinos que no se quieren mover de aquí duerme cubierto de pies a cabeza. Es el único modo de mitigar el rocío del amanecer junto al mar y esquivar al sol que asoma antes de las seis de la mañana. Se acomodan como pueden entre los recovecos de las rocas. Pasada la medianoche, cuando los cuerpos dejan de moverse debajo de los aislantes, la escollera se vuelve un paisaje tétrico, un tendal de mortajas.
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