lunes, 15 de septiembre de 2014

Marketing del 4 y en las villas la vida es bella

Disparador

En una sociedad en la que sube cada vez más el nivel de polémica, la semana tuvo su pico durante el Día del Maestro, cuando Claríndifundió una serie de cambios en el régimen educativo de las primarias bonaerenses. La norma establece la eliminación de los aplazos, la posibilidad de que los alumnos puedan llevarse hasta dos materias “previas” por año, la ubicación en grado de los chicos de acuerdo a su edad y no a sus saberes y el reemplazo del boletín de calificaciones por una “libreta de trayectoria”.

En medio del debate desatado, la directora de Cultura y Educación provincial, Nora De Lucía, puso su toque de confusión al aclarar (¿oscurecer?) que, en realidad, ahora los aplazos serán las notas 4, 5 y 6. Es decir, que el chico será el mismo burro, sólo que en vez de 1 se llevará un 4. La explicación de semejante misterio radica en que De Lucía y sus asesores opinan que un 2 o un 3 “estigmatizan” al alumno mientras un 5 lo aplazaría igual, pero revestido él de plena dignidad.

Al aludir a los cabalistas en su poema “El Golem”, Borges escribió: “Si (como el griego afirma en el Catrilo)/El nombre es arquetipo de la cosa,/ En las letras de rosa está la rosa/ Y todo el Nilo en la palabra Nilo”. Los cabalitas creían y creen en el valor sagrado y mágico de las palabras. Pareciera que las autoridades pedagógicas de la Provincia, también. Porque la iniciativa, en vez de proporcionar nuevos métodos o instrumentos para mejorar la paupérrima educación pública que hoy imparte, cambia el número de las notas más bajas y el título del boletín, como si esas denominaciones estuvieran cargadas de poderes.

El maquillaje intenta tapar el culto al facilismo y el desprecio por el esfuerzo, hoy catalogados como “políticas de inclusión”, aunque se requiera de todo el poder esotérico de la cábala para entender cómo un chico de 12 años pueda llegar a insertarse en un curso de sexto grado sin saber leer, y tampoco la tabla del 2.

Pero ya la semana había comenzado calentita con la difusión del informe del Barómetro de la Deuda Social de la Infancia de 2013, de la Universidad Católica Argentina, que describe como pobres al 42,6% de los chicos del Conurbano. Es decir, más de 1,3 millones menores de 18 años, de los cuales 290.000 son indigentes, lo que significa serias dificultades para alimentarse.

El jefe de Gabinete aseguró que un informe de la ONU dice que la Argentina “a partir de las políticas de inclusión ha logrado la erradicación del hambre y las personas en condiciones de indigencia”. Es cuestión de que se tome el trabajo de echarle una mirada a El Impenetrable, en su propia provincia, a ver quién tiene razón.

Otro ministro, Kicillof, quiso justificar la falta de estadísticas oficiales sobre pobreza, alegando inconvenientes metodológicos. Hablando de ellos, se tentó: “Si yo me cruzo con una persona es difícil decir si es pobre o no.” Puede hacer la prueba, con la absoluta seguridad de éxito. Si se cruza con otro ministro, probablemente se trate de un millonario como lo es la abrumadora mayoría de ellos. Si lo hace con un cartonero, no le costará casi nada reconocer que ése que arrastra su carrito y su patetismo por las calles carece de casi todo.

Pero si a esta penosa discusión le faltaba, con toda lógica, comicidad, apareció el relator Víctor Hugo Morales que, sin reparar en crueldades, elogió la vida en las villas miseria. Habló de lo bueno que resulta habitar las villas de Capital por el ahorro de tiempo y dinero que eso supondría en traslados y lo “fascinante” que significa “tener cerca algún cine”. También afirmó que en esos precarios laberintos hay “millones de personas que tienen aire acondicionado”. Y la siguió los días sucesivos, argumentando que desde el tren, en París, se ven lugares peores que nuestras entrañables asentamientos. Terminó con un final a todo orquesta, visitando la villa 31 para elogiar sus macetas con flores.

La mayoría, sobre todo en las redes sociales, tomó estas declaraciones como se debe, a la chacota. Pero sin una gota de humor, Margarita Barrientos, organizadora del comedor de la villa Los Piletones, de Lugano, le respondió al locutor que habita un piso en Avenida del Libertador, que vivir en una villa es vivir sin correo, sin cloacas y sin ambulancias. También le informó que “hay chicos que no conocen un cine ni Plaza de Mayo. No piensan en ir a un cine.” Sin duda los vecinos que ella conoce no son, como Morales se autodefinió, “un disfrutador de la vida de la ciudad”. De esa clase de hedonismos parece que también se privan.

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