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- 26/09/14
Es difícil encontrar las guías y los intereses que ordenan la política exterior de la Presidenta.
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Ignacio Miri
Al próximo gobierno le llevará un buen tiempo reparar los desarreglos que provocó en los últimos meses Cristina Kirchner con su política exterior, o más bien con la falta de ella. La escalada con Alemania -un país que la propia Presidenta había elegido como modelo en el inicio de su primer mandato- es el último, aunque no el único, de los conflictos que se generaron con palabras de Cristina o de alguno de sus portavoces.
La respuesta del país más poderoso de Europa llega sólo un día después del discurso que pronunció la Presidenta en el Consejo de Seguridad, cuando a un metro de Barack Obama acusó a Estados Unidos de llevar adelante una mala política contra el terrorismo, como si la Argentina pudiera mostrar algún buen resultado en esa materia.
Un país puede exhibir sus diferencias contra una o varias potencias.
Puede incluso llevar adelante una política de confrontación con Estados más poderosos. Hay decenas de ejemplos históricos que sirven para ilustrar posiciones como esas. Pero lo que no puede faltar es un motivo que sostenga esa política. Tiene que haber una razón importante que justifique el gasto de energía y recursos que implica enfrentar a líderes internacionales como Estados Unidos o Alemania. Eso es lo que no está claro en este caso. ¿Qué consigue la Argentina subiendo el voltaje de sus disputas con Berlín y Washington? ¿Mejora la posición frente a los fondos buitre? No hay ningún indicio de que eso pueda ocurrir.
Hace rato que la voz de Cristina Kirchner se convirtió en un recordatorio fastidioso en los foros internacionales de los errores de las potencias. Sus discursos en esos ámbitos de los últimos años son siempre una mezcla de reivindicaciones de la gestión kirchnerista y de su propensión a comentar las noticias que muestran en ese momento los portales de Internet de los diarios del mundo.
No es difícil llegar a la conclusión de que a ningún jefe de Estado le resulta interesante escuchar a un colega que imparte lecciones de política internacional y quejas por la falta de ayuda que recibe la Argentina en alguna de sus batallas.
Hoy, tras 11 años de gestión, cuesta encontrar éxitos en la política exterior que puedan sobrevivir al kirchnerismo. José Mujica suele repetir que no entiende por qué Cristina insiste en levantar paredes en la relación bilateral. Dilma Rousseff nunca puso a la Argentina cerca de sus centros de interés. Las relaciones con España y con Chile navegan desde hace años entre la frialdad y la indiferencia. El vínculo comercial con China no es más que una réplica de los que viene estableciendo Beijing con otros países de esta región. Nada indica que en los meses que le quedan de mandato Cristina pueda modificar sustancialmente ese paisaje.
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