lunes, 28 de septiembre de 2015

La secta de los votantes invisibles

Disparador.

Por Marcelo A. Moreno

En 1951 el escritor italiano Alberto Moravia publicó la novela “El conformista”, llevada al cine con éxito en 1970 por el director Mario Bertolucci. La ficción cuenta la historia de un hombre que se sabe distinto y hace un esfuerzo descomunal para integrarse, para ser uno más. Como vive en la Italia fascista, se convierte a ese perverso credo y termina enredado en una trama criminal. Por esas cosas arduas de explicar sin recurrir a concepciones como el destino o la paradoja extrema, en el mismo 1951, el escritor francés nacido en Argelia Albert Camus publicó su luminoso ensayo “El hombre rebelde”, contracara del personaje de “El conformista”. En el texto, Camus afirma que su hombre es el quien “opone lo que es preferible a lo que es”.
Tengo un amigo que, sin adherir a teorías deletéreas ni involucrarse en delito alguno, delinea la figura de un conformista. Le causa una serena satisfacción pertenecer a nuestra sociedad, le parece que a la Argentina le va pasablemente bien y que probablemente le vaya mejor aun. “Es un buen lugar para vivir. Estamos lejos de las principales guerras del mundo, no tenemos conflictos con nuestros vecinos, contamos con abundancia de recursos naturales, nos sobra el espacio y no debemos afrontar problemas estructurales serios. Encima, hay aquí hay una variadísima oferta cultural y turística. ¡Mirá si será sanita esta sociedad que se banca de lo más pancha hasta los peores gobiernos!” Para él, “hay inseguridad, ¿pero qué es comparada con la de Venezuela, la de Brasil o El Salvador? Sí, ahora tenemos narcotráfico, ¿pero qué peso tiene en relación a México o Colombia?” Según su óptica, la inflación, la pobreza, la falta de crecimiento, el empleo en negro o el desempleo se solucionan con un par de buenos gobiernos “¡o un par de buenas cosechas!”. Así de fácil.
Tengo otro amigo que es el reverso de la moneda. Lo atormenta lo que nuestra sociedad podría y/o pudo ser. Le parece que siempre nos perdimos todos los trenes. “A principios del siglo XX éramos una potencia. Muy lejos de esos sueños, a mediados de ese siglo competíamos mano a mano en liderazgo y crecimiento con Brasil. Hoy somos su socio de segunda categoría y rivalizamos con Venezuela en el campeonato mundial de inflación. Llegamos a ser una sociedad con altos niveles de igualdad de oportunidades y movilidad social, con largos períodos de plena ocupación y con una educación pública única en calidad y cantidad. Hoy somos una sociedad en decadencia, que se alimenta de las migajas de lo que fue su esplendor.” Las novedades más recientes, según su visión, son una inseguridad galopante y la instalación del narcotráfico.
Pero creo que lo más desalienta o indigna a este rebelde es “lo preferible”, como definía Camus. Es decir, lo que puede o podría haber sido esta sociedad con las potencialidades con que cuenta. Y eso coincide con la miraba del conformista: un país sin grandes problemas estructurales, que con un par de buenos y honestos gobiernos podría explotar sus múltiples riquezas humanas y naturales, que lo llevarían hasta con facilidad al bienestar. Así de fácil.
Estas visiones contrapuestas, no explicitadas, muy probablemente resulten decisivas en las próximas elecciones. Y de ellas dependa en gran medida ese enigmático capricho que solemos llamar futuro.

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