Adaptación libre sobre un comentario del profesor Miguel Angel Avena del Giorgio.
Autor: Eduardo Roberto Dutchen.
Septiembre/2010.
Cuando decidí alquilar casa en un barrio del oeste del conurbano bonaerense, el tipo de la inmobiliaria no me advirtió nada sobre los sucesivos cambios de inquilinos para la vivienda que yo acababa de ocupar. Un chalet confortable que, asentado sobre un lote de diez por treinta metros, poseía un amplio jardín al fondo y lo coronaba con un cómodo quincho completamente equipado.
También era posible que la inmobiliaria desconociera la situación conflictiva que se vivía con el vecino de la casa lindera, al este. Pero, pensé, como empleado de la inmobiliaria, trataba de cuidar su puesto de trabajo, o tenía vedado revelar la situación. No lo culpé, pero no me cayó bien.
Hete aquí que el vecino se dedicaba a golpear algo dentro de su casa, cuya medianera coincidía con el chalet que yo había alquilado. Eran ruidos molestos… Como si martillara algo. Los ruidos se sucedían por cinco o diez minutos cada vez y ocurrían dos o tres veces al día. Todos los días lo mismo… Lo malo es que ocurrían a cualquier hora. Ya fueran las seis de la mañana o las diez, o a las quince horas, horario de plena siesta. Pero lo peor es que a veces ocurrían de noche, a las dos de la madrugada, o a las cuatro… ¡Qué suplicio!
Intrigado y fastidiado por esta situación, traté de averiguar en los negocios del barrio y ver si alguno de los comerciantes satisfacían mi inquietud detectivesca. El carnicero no me reveló nada, tampoco el almacenero. A pesar que ambos tenían sus negocios situados en la misma cuadra que yo. Creí que ambos ocultaban lo que realmente ocurría y que simulaban desconocer los golpes en la casa de mi vecino.
A mi vecino no lo veía nunca. Nuestro destino no quería que nos cruzáramos, para así transmitirle mi disgusto por su actividad molesta a cualquier hora del día..
Sólo el kiosquero de la esquina se atrevió a comentarme algo. Digo esto porque me parecía que este muchacho sabía mucho más de lo poco que me contó. Me dijo que el viejo fue camionero, que recorría todo el país con su camión, un Scania inmenso. Además había estado casado pero su mujer ya no convivía con él.
Agradecí sus comentarios y cuando regresaba, vi el inmenso Scania parado justo frente al chalet que yo ocupaba, también una ambulancia del SAME y dos patrulleros con sus luces celestes titilando. Quedé sorprendido y me acerqué para chusmear y enterarme qué es lo que había sucedido.
El viejo, mi vecino, era conducido con chaleco de fuerza por dos paramédicos y un policía hasta la ambulancia sin que exteriorizara ninguna contrariedad. Hasta parecía conforme con su situación. Lo subieron a la ambulancia y la misma partió raudamente sin encender el ulular de su sirena, detrás, la custodiaba uno de los patrulleros. Quedé parado y divisaba cómo se alejaban las titilantes luces verdes y celestes mientras lamentaba no saber qué estaba ocurriendo.
De la casa vecina salió otro policía con una masa en la mano, envuelta en una bolsa de nylon transparente, que depositó en el baúl del patrullero. El mismo policía, al verme, me inquirió si yo vivía en el chalet de al lado. Al afirmarle, continuó con una serie interrogatoria, hasta que me atreví a comentarle sobre los ruidos molestos. Me pidió que lo siguiera. Entramos a la casa del viejo y me mostró el origen de los ruidos.
Había una cruz de madera inmensa sobre la pared, medianera contigua a mi chalet, con tremendos clavos dispuestos como crucificando a alguien que no estaba. El otro policía comentó que don Julio había perdido la razón hacía ya algún tiempo. Fue aquel día que regresó de un viaje al interior del país, y al llegar a su casa, encontró a su mujer con otro hombre en su propia cama.
Me citaron para las quince horas a la comisaría del barrio, para tomarme declaración, por ser vecino. Me dirigía a mi chalet, pensando que al fin se terminaron los ruidos molestos, cuando reparé con más atención en la leyenda que tenía el Scania en su paragolpes trasero. Recién en ese momento entendí muchas cosas, incluso el por qué de los ruidos molestos: “La mujer es como la chapa, si no la clavás se vuela”.
Eduardo Dutchen
Setiembre 2010
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