EL CAGAZO DE LAS 21
Cuento fantástico. Un cuento al revés.
Basado en un hecho real de 1961.
Recuerdo de la infancia. Agosto de 2010.
FINAL
-- ¿Por qué no me hacés caso? -- Interrogó encolerizada mi madre.
Hubiera deseado contestarle, pero no me atrevía. La respetaba demasiado y yo pretendía ser un hijo ejemplar.
Tarde me dí cuenta que para evitar sus reprimendas, y males mayores, debí haber satisfecho su pedido.
-- ¡Tres veces te pedí que cerraras el galpón con candado, antes que oscureciera!
Mientras parecía disminuír su iracundia, ella me hacía único responsable de mi desventura. ¡Cerrar ese galpón de porquería! ¡Como si en él guardáramos un tesoro! Sólo contenía herramientas, útiles, combustible, leña, unos embutidos caseros y dos toneles de vino patero… Exquisiteces caseras…
Era un niño aun y esperaba vivir muchos años más. Fruncí tremendamente el mentón y balbuceando interrogué, como suplicando una sentencia favorable.
‘-- ¿Voy a morir?
Esto hizo que mi madre volviera a enfurecerse y me reprimiera como lo hacía habitualmente.
‘-- ¡Tenés diez años! ¡Ya sos grande! ¡Dejá de llorar y asumí tus responsabilidades! ¡No! ¡No te vas a morir! ¡No hay marca alguna!
Suspiré aliviado y quise esgrimir una sonrisa de alivio mas sendos lagrimones se deslizaron por las pendientes de mis mejillas. Me dolía el pecho. Tenía un moretón y me ardía la piel.
-- ¡Gracias, madre!
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DESARROLLO
Repodrido de escuchar el mismo pedido por tercera vez, y viendo que había oscurecido hacía bastante tiempo, candado en mano, me encaminé hacia el galpón, dispuesto a transitar los cincuenta metros que lo separaban de la casa. Sendero oscuro, donde las luciérnagas, resultaban escasas para iluminar mi camino. Las ramas de algunos frutales, situados a los costados del camino, rozaban mis brazos. Mientras el bullicio de los grillos y unos ladridos lejanos quebraban el silencio de esa noche pesada de otoño. Todo parecía normal, tanto que resultaba aburrido e intrascendente, como siempre, cumplir con mi obligación de cerrar el galpón. Mis oídos lograban percibir cómo croaban las ranas en el arroyo reclamando por la ausencia de la luz de la luna igual que yo.
¡Claro! Mi madre tenía razón – pensé --. Debíamos cerrar diariamente el maldito galpón para preservar todo lo contenido en él.
Aproximé el candado tanteando la puerta y el marco de la misma hasta que se tocaran. ¡Maldita noche oscura! En el pueblo todos poseen luz eléctrica… ¿Por qué nosotros no?
Debía hacer que coincidieran las ranuras de los dos ganchos para poder colocar el candado. Pero primero debía atraer la puerta hacia mí con fuerza hasta que la misma golpeara contra el marco. Al golpear la puerta contra el marco algo se prendió en mi camisa a la altura del pecho. Quedé petrificado sin poder ver qué era y se me erizó la piel. La sangre dejó de circular por mis venas y me bañó el sudor, a pesar del frío de esa noche.
Seguro de que mi grito llegaría hasta el último rincón del pueblo, distante a cinco kilómetros de nuestra chacra, decidí inspirar todo lo que mis pequeños pulmones me lo permitieran para así proferir un alarido tremendo, el más grande de mi vida. Pero mi garganta no pudo emitir sonido alguno.
Logré virar y mirar la casa, hacia la luz del patio. Con la luz de frente logré divisar esas seis patas peludas dispuestas en “ve corta” aferradas a mi camisa. Decidí correr hacia la casa, el corazón saltaba en mi pecho y parecía pronto a estallar. Logré dar dos pasos y me desvanecí.
Al abrir los ojos, comprobé que seguía con vida, tenía aferrado fuertemente el candado en mi mano derecha. Mi madre, erguida a mi lado, alpargata en mano, preparaba su interrogatorio.
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APENDICE
FUENTES:
1) Diccionario Clarín, Ed. Marzo 2003
2) Diccionario ilustrado Larousse 1994 por Ramón García – Pelayo y Gross
La tarántula es un licósido de la familia de los arácnidos. Suelen ser de color gris rojizo, con tres bandas claras en la parte anterior del cuerpo y manchas negras. Llegan a medir hasta dieciséis centímetros de diámetro, incluyendo sus patas. Son muy comunes en la zona de Tarento, Provincia de la Apulia italiana. En la antigüedad creíase que su picadura provocaba una grave melancolía.
Eduardo Dutchen
20 Agosto 2010
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